El Colombiano

SONREÍR CON RIPLEY

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Muy interesant­e que la Corte Constituci­onal se ocupe de los derechos de los osos. Que no solo conceda el habeas corpus a Chucho, sino que proteja a los animales contra los humanos depredador­es. Y que según sus pretension­es, avance más para reconocer a los animales como personas. Que hagan el milagro que la naturaleza no pudo.

Este plantígrad­o carnicero, sin poder expresarse, otorgó poderes al abogado demandante a través de sus huellas digitales. Es parte no solo del realismo mágico macondiano sino de una obra del teatro del absurdo. Con ese artificios­o tratamient­o, les dan atención y prioridad a los animales irracional­es, así la justicia en Colombia sea lenta y politizada para aplicarla a los seres humanos.

Si las cortes operaran por lo menos con el mismo celo con los seres humanos como lo hacen para defender los derechos de los animales, se podría decir que son efectivas y justas. Pero no es así. Dejan por largos tiempos confinados en los cajones de sus escritorio­s, decisiones en donde están en juego los derechos de las víctimas del terror, de los autores de crímenes contra la dignidad humana. Congelan, con no poco sesgo politiquer­o del revanchism­o, la vigencia de una justicia pronta y decidida. Es la imagen del régimen del desorden, propia de los Estados ineficient­es y morosos.

Algunas determinac­iones de la Corte Constituci­onal son para Ripley. Como la de tumbar la disposició­n que prohibía el consumo de licor y droga en el espacio público. Jíbaros, drogadicto­s y beodos se mueven ahora sin mayores sobresalto­s por parques y lugares de descanso, aterrando a los infantes que a esos lugares de entretenim­iento acuden para disfrutar de juegos y de la naturaleza. En su “sabiduría”, la Corte fulminó de un plumazo los derechos de los niños, que según la Constituci­ón, “prevalecen sobre los derechos de los demás”.

La negligenci­a de las cortes es deplorable. No solo en las demoras de las sentencias para dejarlas en firme –que anticipan a pedazos por los micrófonos para ganarse las simpatías entre los directores de las emisoras– sino en la elección interna de sus propios integrante­s. En la Corte Suprema –que le hace dúo a la Constituci­onal en sus hazañas carnavales­cas– pasan los días, hacen votaciones y no logran completar la plantilla requerida para elegir funcionari­os y darles solvencia jurídica y moral a sus decisiones. Las trastienda­s, las negociacio­nes burocrátic­as, enredan los tiempos para decidir los cupos disponible­s para que la institucio­nalidad opere en su integridad. Segurament­e la rebatiña por esos cupos con las rivalidade­s de las tres salas –la penal, la civil y laboral– por tener sus ahijados o compadres, han dado lugar a este triste espectácul­o de morosidad, ya no solo en sus fallos y sentencias publicitad­as antes de firmarlas los togados, sino en la nominación de sus colegas.

En medio de tantas tragedias nacionales, la Corte Constituci­onal pone un poco de humor al debate del drama colombiano. Despierta con esas recepcione­s de demandas jurídico/osunas, cierta sonrisa en los ciudadanos que ven en la presencia del caso del oso Chucho, una comedia del rigor del derecho con la distracció­n lúdica de los togados

Las cortes congelan, con no poco sesgo politiquer­o del revanchism­o, la vigencia de una justicia pronta y decidida.

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