Un adiós a la isla de la infancia
se agota en esta serie desenfrenada cuyo lenguaje visual parece el extracto de una ensoñación opiácea. La cámara flota, se eleva, cae, describe movimientos parabólicos sobre los cuerpos de los protagonistas, logra transiciones inauditas, fulgura al ritmo de una banda sonora que pasa por el trap, el reguetón, el hip hop, la música electrónica entre otros géneros que reflejan la diversidad en la que se desenvuelven los jóvenes que protagonizan la serie. Hay que hablar, por supuesto, de las actuaciones magistrales que logran en cada episodio. Zendaya (actriz que personifica a Rue) es el lucero nocturno guiando a un elenco que sorprende por la chispa incendiaria que irradia de cada integrante, necesaria para afrontar escenas radicales en las que los realizadores demuestran que para hablar del mundo de los jóvenes se debe renunciar al pudor, al puritanismo y a la censura. Un gesto contestatario para una sociedad en la que florecen con profusión los radicalismos. La modelo y activista por los derechos LGTBI, Hunter Schafer, en el papel de Jules, es la estrella de la mañana. Su belleza no tiene comparación, es una belleza que emerge del espíritu, que se desborda desde sus ojos y su sonrisa, que inunda la serie como un bálsamo que le da acogida a la diferencia, a la compasión, a la libertad y a la empatía. En esta primera temporada, el amor que nace entre Jules y Rue tiende un cerco que fácilmente podría ser la carta de salvación para aquellos personajes que parecen más hundidos en el fango.