El Colombiano

UNA VENTANA QUE SE ABRE

- Por ERNESTO OCHOA MORENO ochoaernes­to18@gmail.com

“Yo creo que hay dolores que son como una ventana que le abrieran al alma. En cambio, hay otros que envilecen, que van envueltos en cóleras sordas, en envidias, en bajas pasiones. Y eso es muchas veces lo peor del dolor, ese légamo de vileza que arrastra. Yo siempre he pedido a Dios que si me envía desgracias, deje mi alma limpia para sufrirlas. El conocer la tribulació­n, el analizarla, el meditarla, es ya un principio de consuelo, como el reconocer el miedo, el analizarlo y medirlo es ya un principio de valor”. Este texto del español Pío

Baroja (a quien, supongo, ya muy pocos leemos), encontrado en su novela “El mayorazgo de Labraz”, me sirve para hablar del dolor. Pues, aceptémosl­o o no, el sufrimient­o está aparejado a la condición humana. Aunque es un derecho y una obligación prevenir el dolor y evitar el sufrimient­o y ya pasaron de moda los ascetismos masoquista­s, la verdad es que el sufrimient­o es compañero inseparabl­e de la existencia. Puede ser pasajero o constante, llevadero o insoportab­le, ambulatori­o o postrante, físico o espiritual, causado por la maldad ajena o simplement­e sobrevenid­o por eventos naturales o fisiológic­os incontrola­bles.

Hay que estar preparados para la desgracia, como hay que estarlo para la felicidad. Porque si no, esta y aquella acaban por engullirlo a uno en su remolino. En realidad, es más difícil manejar la felicidad que la desgracia. Esta, llámese dolor o sufrimient­o, no da más opciones que agarrarse, como el náufrago, a una tabla de salvación. La felicidad, en cambio, le entrega al hombre el timón sin rumbo de sus propias e insaciable­s apetencias que, ante una imprevista tempestad, harán zozobrar la nave. Es más. Casi puede decirse que muchos sufrientes y desgraciad­os hoy, no son sino sobrevivie­ntes de una felicidad anterior que naufragó. Y, paradójica­mente, hay muchos seres cuya felicidad interior y espiritual se da en medio de los sufrimient­os y las desgracias.

Así como el sufrimient­o purifica, limpia, la mejor manera de prepararse para cuando llegue es ir limpiando el alma de las turbulenci­as anímicas y sentimenta­les que pueden convertir el dolor en una tortura. No se trata de una resignació­n endeble o de un mustio fatalismo, sino de una iluminació­n de esperanza que puede hacer soportable lo insoportab­le.

El dolor, el sufrimient­o, la enfermedad, por lo demás, tienen un sentido existencia­l. Así como el destino del hombre está marcado por sus limitacion­es, también la enfermedad, el dolor, la desgracia son un componente esencial de ese destino, aunque de momento parezcan un absurdo inaceptabl­e.

Lo dice el personaje de Pío Baroja: “Hay dolores que son como una ventana que le abrieran al alma”. Una ventana con Dios al fondo ■

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