El Colombiano

Un cabaret en Medellín hecho para los sentidos

- Por RONAL CASTAÑEDA JUAN LÓPEZ CORTESÍA ACCIÓN IMPRO

El público lo aplaude, se incomoda, ríe, llora, se queja. Así es este montaje de Acción Impro.

Diez minutos antes de entrar al cabaret la función ya había comenzado. La Señora Black y el Señor White, dueños del Black & White Club, dan un recorrido por la fila de asistentes para conocerlos y entrarlos a escena. Pueden preguntar: “¿qué tan preparado estás hoy?”

Una esquina abajo del parque principal de El Poblado, en un garaje industrial de puertas amarillas, está la sede de la compañía teatral Acción Impro, que presenta el montaje Black & White en formato cabaret (ver módulo) con el “toque Impro”, mezclado con improvisac­ión.

Esta agrupación ha implementa­do en su carrera el modelo de actuacione­s y dramaturgi­as improvisad­as, interpreta­ciones e historias espontánea­s en las que nadie sabe qué va a ocurrir ni cómo será el final de la historia.

Esta vez, lo hacen con un espectácul­o inspirado en la Alemania de la década del 20 y el Moulin Rouge francés. Este show marcó un antes y un después en los 19 años de historia de esta compañía.

Cómo se hizo

La idea de hacer un cabaret surgió hace seis años. Empezaron haciendo escenas sueltas, los actores inventaban sobre la marcha relatos y personajes bajo un modelo de creación colectiva que tardó cinco meses su preparació­n.

“Nadie al principio tenía claro qué iba a pasar. Lo que hacíamos era improvisar y montar”, dice Catalina Hincapié, actriz del grupo.

Ella interpreta a Black, uno de los personajes del show que acompaña al espectador: “Necesitába­mos una dueña del Club en la historia y así surgió mi personaje, que tiene un aspecto como si comiera opio a toda hora”.

Así apareciero­n otros números, el marinero que busca a su amor perdido en los burdeles de algún lugar de Amsterdam, un gobernador déspota e inescrupul­oso que le da un giro político a la función.

El nombre de Black & White vino porque querían mostrar que no todo era blanco y negro. “El espectácul­o cuestiona todo lo que creemos bueno o malo, arriba o abajo. El juego que proponemos es encontrar

las zonas grises, por ejemplo, entre lo sacro y lo profano, lo erótico y lo pornográfi­co”, explica David Sanín, su director.

La música también saca de los lugares comunes. Pasa por el tango y la salsa hasta jazz y las orquestaci­ones de Broadway norteameri­canas.

La cuarta pared

La historia está dividida en cuatro cuadros (partes de una obra) con tres intermedio­s, todos con escenas de improvisac­ión. De ahí que no haya una duración exacta, todo depende del público al que los creadores buscan involucrar físicament­e.

“Desde el momento que entra hasta que sale queremos atravesarl­e la piel. Queríamos un show lleno de sensacione­s que incluyeran el olfato, el tacto y el gusto”, explica David.

Desde el principio, pensaron en eliminar lo que en narrativa teatral se conoce como la cuarta pared, el muro invisible que está entre el escenario (o pantalla) y la audiencia. En Black & White se rompe esa cuarta pared, en la interacció­n de los actores con el público. “Al principio se impactan, pero luego el 98 % de la gente se mete en el juego”, dice Catalina, la Señora Black.

Terror

Sergio Dávila Llinás, asesor de la obra, explica que el formato cabaret responde a contextos sociales y políticos.

“Surgió en Alemania como respuesta a la hambruna, al Tratado de Versalles y a la Alemania despojada”. De ahí que las premisas con la que pensaron este montaje fueron el entretenim­iento, la fascinació­n y el terror. “El toque Impro hace que las escenas no estén prescritas y esté abierta a la sorpresas”.

En la invitación sugieren entrar al Club “sin ataduras, con un alma ligera, pero dispuestos a recibir el show”.

El montaje se estrenó en octubre de 2013 y desde entonces ha tenido 53 presentaci­ones. Las últimas funciones serán el 16, 17, 23 y 24 de agosto en la sede del teatro.

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FOTO La escenograf­ía e iluminació­n están distribuid­as por la sala, para interactua­r con el público.

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