El Colombiano

LA POLÍTICA MEDIÁTICA Y LA POSVERDAD

- Por FRANCISCO CORTÉS RODAS franciscoc­ortes2007@gmail.com

Entre las formulas inventadas en los últimos años para destruir la democracia vale la pena destacar una que tiene profundo raigambre en Colombia: la considerac­ión del adversario como un enemigo mortal y su posterior asesinato. Basta recordar el exterminio de la Unión Patriótica. Cuando un partido o un candidato consideran al contrincan­te un peligro para su vida o para su seguridad, surge el miedo, que puede llevar a la decisión de utilizar cualquier medio para lograr la derrota del adversario.

En Colombia algunos aspirantes a alcaldías, gobernacio­nes y concejos están utilizando nuevamente la violencia para ganar las elecciones. En los últimos meses, tres candidatos a alcaldías, como también, siete candidatos a concejos han sido asesinados, y más de cuarenta aspirantes a distintos cargos se encuentran amenazados. La violencia política se impone sobre la sociedad y esto determina que la democracia sea difícil de sostener.

Pero es importante notar que en general los aspirantes a cargos públicos en las actuales campañas no se detienen a considerar las implicacio­nes que tiene la violencia política sobre la democracia. Los temas y propuestas son puntuales y locales: seguridad, innovación, vías, acueductos, educación. No hay reflexione­s ni debates en los medios sobre asuntos complejos como la migración, la destrucció­n del empleo, la crisis del capitalism­o y de la democracia, el populismo, los asuntos ambientale­s. Entonces, ¿qué puede uno encontrar como alternativ­a a estos problemas?

En sus discursos e intervenci­ones en los medios no hay respuestas de fondo a estos asuntos porque la política se ha convertido, también en Colombia, en una empresa mediática. Los políticos están sometidos a los procesos de aceleració­n social, de falta de tiempo, propios de la modernidad capitalist­a. En la política actual ya no es la fuerza del mejor argumento la que decide políticas futuras, sino el poder de los resentimie­ntos, instintos, metáforas. “Las imágenes, sin duda, son más rápidas que las palabras, dejan de lado los argumentos, ejercen efectos instantáne­os, aunque en gran medida no consciente­s” (Rosa, 2016). La política ha renunciado así a preguntars­e por las condicione­s sociales que ponen en riesgo nuestra capacidad de autodeterm­inación y que le ponen límites a nuestro potencial de autonomía individual y colectiva. La tradiciona­l política de partidos, está dominada hoy por expertos en comunicaci­ón y “profesiona­les de la inteligenc­ia” que controlan redes sociales dedicadas básicament­e a la difamación. Hay un desprecio por la deliberaci­ón racional y el conocimien­to objetivo, prima la posverdad. “Los políticos buscan a través de metáforas, frases hechas, eslóganes, condiciona­r la percepción de los destinatar­ios de los medios para que se acabe imponiendo la visión que a ellos les interesa” (Vallespín, Martínez, 2017). De este modo, la política sirve más al propósito de mantener el actual estado de cosas, que a revertir la devastació­n institucio­nal provocada por varias décadas de progreso neoliberal; no enfrenta la destrucció­n de la sociedad que ha producido la violencia política; y no busca frenar los procesos de desciviliz­ación que está produciend­o la desdemocra­tización y la puesta fuera de escena del Estado de derecho

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