LA POLÍTICA MEDIÁTICA Y LA POSVERDAD
Entre las formulas inventadas en los últimos años para destruir la democracia vale la pena destacar una que tiene profundo raigambre en Colombia: la consideración del adversario como un enemigo mortal y su posterior asesinato. Basta recordar el exterminio de la Unión Patriótica. Cuando un partido o un candidato consideran al contrincante un peligro para su vida o para su seguridad, surge el miedo, que puede llevar a la decisión de utilizar cualquier medio para lograr la derrota del adversario.
En Colombia algunos aspirantes a alcaldías, gobernaciones y concejos están utilizando nuevamente la violencia para ganar las elecciones. En los últimos meses, tres candidatos a alcaldías, como también, siete candidatos a concejos han sido asesinados, y más de cuarenta aspirantes a distintos cargos se encuentran amenazados. La violencia política se impone sobre la sociedad y esto determina que la democracia sea difícil de sostener.
Pero es importante notar que en general los aspirantes a cargos públicos en las actuales campañas no se detienen a considerar las implicaciones que tiene la violencia política sobre la democracia. Los temas y propuestas son puntuales y locales: seguridad, innovación, vías, acueductos, educación. No hay reflexiones ni debates en los medios sobre asuntos complejos como la migración, la destrucción del empleo, la crisis del capitalismo y de la democracia, el populismo, los asuntos ambientales. Entonces, ¿qué puede uno encontrar como alternativa a estos problemas?
En sus discursos e intervenciones en los medios no hay respuestas de fondo a estos asuntos porque la política se ha convertido, también en Colombia, en una empresa mediática. Los políticos están sometidos a los procesos de aceleración social, de falta de tiempo, propios de la modernidad capitalista. En la política actual ya no es la fuerza del mejor argumento la que decide políticas futuras, sino el poder de los resentimientos, instintos, metáforas. “Las imágenes, sin duda, son más rápidas que las palabras, dejan de lado los argumentos, ejercen efectos instantáneos, aunque en gran medida no conscientes” (Rosa, 2016). La política ha renunciado así a preguntarse por las condiciones sociales que ponen en riesgo nuestra capacidad de autodeterminación y que le ponen límites a nuestro potencial de autonomía individual y colectiva. La tradicional política de partidos, está dominada hoy por expertos en comunicación y “profesionales de la inteligencia” que controlan redes sociales dedicadas básicamente a la difamación. Hay un desprecio por la deliberación racional y el conocimiento objetivo, prima la posverdad. “Los políticos buscan a través de metáforas, frases hechas, eslóganes, condicionar la percepción de los destinatarios de los medios para que se acabe imponiendo la visión que a ellos les interesa” (Vallespín, Martínez, 2017). De este modo, la política sirve más al propósito de mantener el actual estado de cosas, que a revertir la devastación institucional provocada por varias décadas de progreso neoliberal; no enfrenta la destrucción de la sociedad que ha producido la violencia política; y no busca frenar los procesos de descivilización que está produciendo la desdemocratización y la puesta fuera de escena del Estado de derecho