“El recrudecimiento de la violencia en tribunas y alrededores de los estadios del país, el último mes, obliga a intensificar la pedagogía, control y sanción frente a hinchas. Que haya medidas efectivas”.
El recrudecimiento de la violencia en tribunas y alrededores de los estadios del país, el último mes, obliga a intensificar la pedagogía, control y sanción frente a hinchas. Que haya medidas efectivas.
La repetida imagen de los hinchas de los equipos del fútbol profesional colombiano liados a puños, patadas, garrotazos e incluso puñaladas, entre ellos, o con los agentes de policía y de las logísticas de seguridad, en las tribunas de los estadios y sus alrededores, o en calles y carreteras del país, debe cesar.
El último mes ha tenido ejemplos de un ambiente desbordado de violencia en torno a este deporte, que parece no ceder: dos casos de hinchas con armas blancas en Cali y Medellín, uno lanzando cuchilladas y otro arrojando una navaja al campo de juego. Fanáticos que intentaron pasar la barrera de seguridad en Bucaramanga. Ataques a piedra contra el bus del Atlético Nacional en Barrancabermeja. Seguidores del equipo de Valledupar que, en La Lizama, Santander, lapidaron el miércoles a una joven aficionada del Santa Fe.
Brutalidad que, según denuncia la misma Asociación de Futbolistas Profesionales, está pasando de los cánticos y los insultos de los fanáticos a las intimidaciones por redes sociales y a la agresión directa contra los jugadores, sus viviendas o vehículos.
Aunque en Medellín las autoridades y los hinchas de los equipos locales tomaron una iniciativa y una delantera notorias en los procesos sociales, culturales y deportivos para promover la tolerancia, la integración y la paz en los estadios de Antioquia, se trata de una política pública de largo aliento que apenas empieza a mostrar resultados.
El Deportivo Independiente Medellín y el Atlético Nacional registran el mayor número de hinchas “enrolados” (carnetizados ante la Dimayor). Pero un sondeo de este diario, vía redes sociales, mostró que los aficionados sienten que el mecanismo, hasta ahora, es inoperante: “jamás lo he tenido que usar (el carné)”, “desperdicio de tiempo y dinero”, “nunca me lo han pedido”, son testimonios que exigen respuestas de los niveles de gobierno y la dirigencia del fútbol.
Herramientas como este documento, las cámaras de seguridad (en Medellín hay 152 en el Atanasio Girardot), los torniquetes con identificación biométrica (huella dactilar), deben convertirse en objeto de primer orden y necesidad en los estadios del país. Incluso, resulta inconcebible que se carezca de detectores de metales para frenar el ingreso de armas y objetos contundentes a las tribunas.
En paralelo al diálogo, a la pedagogía, al trabajo con barras y comunidades, a la tecnología en la identificación en accesos y tribunas, no hay duda de que el Estado debe aplicar mano firme: autoridad y eficacia punitiva, con clara selectividad y rigor contra los violentos, para que no vuelvan a entrar a los estadios, pero también sanciones de orden penal para quienes dejan de ser hinchas y se convierten en criminales que atentan contra el conjunto del espectáculo y sus actores.
El desarrollo de los mecanismos de seguridad y control en torno a los estadios de un país tan futbolero como Colombia se percibe lento e ineficaz. Ya lo dijimos: Medellín y Antioquia muestran liderazgo, pero aún así es mucho el camino que deberán recorrer el próximo alcalde y gobernador para tener un modelo de mostrar y ampliar al resto de las regiones y estadios del país.
Que nuestro fútbol sea taquillero y noticioso por las conquistas de los jugadores, la organización de los clubes y los resultados deportivos, sociales y económicos gremiales. Y que esté en el corazón de la sociedad por su alegría y ejemplo de convivencia, no por los cuchillos y garrotes que amenazan su fiesta