El Colombiano

“LOS APÓSTOLES PIDIERON AL SEÑOR: – DANOS MÁS FE”

- Por HERMANN RODRÍGUEZ O., S.J.* hermann.rodriguez@javeriana.edu.co

Leí alguna vez que hace mucho tiempo vivió en la China un niño llamado Ping que amaba las flores. Todo lo que sembraba crecía como por encanto. Un día, el Emperador, que era muy viejo, decidió buscar a su sucesor. ¿Quién podría ser? ¿Cómo podría escogerlo? Decidió que iba a dejar que las flores lo escogieran. Al día siguiente salió un bando: todos los niños deberían venir a la gran plaza para recibir de manos del Emperador semillas de flores. “Quien en el plazo de un año me pueda mostrar el mejor resultado”, dijo, “me sucederá en el trono”. Cuando Ping recibió sus semillas se sintió el más feliz de todos los niños. Estaba seguro de que podría cultivar las flores más hermosas.

Ping llenó una matera con tierra y plantó la semilla. La rociaba todos los días, pero nada germinaba. Estaba muy triste, tomó una matera más grande y echó en ella la mejor tierra, tomó la semilla y la plantó. Esperó dos meses más y no pasó nada. Pasó un año entero. Los niños se dirigieron a la plaza con sus hermosísim­as flores, esperando cada uno que sería el escogido. Ping se sentía avergonzad­o con su matera vacía. El Emperador observaba detenidame­nte todas las flores. ¡Qué flores tan hermosas! Pero el Emperador no decía ni una palabra. Se acercó a Ping, quien agachó su cabeza lleno de vergüenza esperando que sería castigado. El Emperador le preguntó: “¿Por qué trajiste una matera vacía?” Ping comenzó a llorar y respondió: “Planté la semilla que usted me dio, la rocié cada día, pero no germinó. La sembré en una matera más grande, le puse una tierra mejor y tampoco germinó. Esperé un año entero, pero nada creció. Por esta razón hoy vengo ante su presencia con una matera vacía. Hice lo mejor”.

Cuando el Emperador escuchó estas palabras, se dibujó una sonrisa y puso su mano sobre el hombro de Ping y exclamó: “¡Lo encontré! ¡Encontré a la única persona digna de ser Emperador! No sé de dónde sacaron las semillas que ustedes cultivaron. Porque las que yo les di habían sido cocinadas. Por tanto, era imposible que germinaran. Admiro a Ping por el valor que ha tenido para venir con su vacía verdad. Ahora lo premio con el reino y lo nombro mi sucesor.

Si somos sinceros, más del 90 % de las cosas que hacemos en nuestra vida, no tiene otra finalidad que buscarnos a nosotros mismos. El egoísmo es tan sutil, que nos engaña aún en nuestras buenas acciones. Pasamos factura por nuestras buenas obras. Hemos hecho todo lo que nos correspond­ía hacer, y esto, automática­mente, nos hace merecedore­s de una recompensa por parte de Dios. Pocas experienci­as tan importante­s para aprender de la gratuidad, como la siembra y la cosecha. El campesino que siembra la semilla y recoge la cosecha, sabe que él ha sido responsabl­e de ciertas condicione­s externas que han facilitado las cosas, pero también es consciente de que el crecimient­o y el fruto, es solamente obra y regalo de Dios. Esta historia nos recuerda que nosotros no somos dueños del crecimient­o ni de los frutos, y que tener fe es hacer lo mejor posible para que Dios realice su obra a través nuestro

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