El Colombiano

LA LIBERTAD DE DISCREPAR

- Por ANA CRISTINA RESTREPO J. redaccion@elcolombia­no.com.co

“El periodista está para mostrar los hechos que afectan o afectarán los intereses de todos”.

Javier Darío Restrepo, In memoriam.

El 6 de mayo de 2009, Javier Darío Restrepo (1932-2019) publicó su penúltima columna en El Colombiano. Le retorno la palabra al maestro, con fragmentos del texto que bien pudo haber sido escrito ayer: “La libertad de discrepar”.

“A pesar de la realidad nuestra de cada día, no se habló de la libertad de discrepar el domingo pasado...

Hizo falta proclamar que discrepar de un gobierno no convierte a una persona en terrorista, ni en cómplice de las Farc, ni en enemigo del presidente o de sus fervientes seguidores. Que la discrepanc­ia del opositor es mirar los hechos y las personas desde un ángulo y con unos datos distintos de los que suelen manejar los de su partido; y advertir que decirlo es un deber de conciencia.

Por eso, pretender que una posición de oposición es, per se, algo contrario a la ética es, además de un exabrupto, mala fe, o incapacida­d para entrar en la significac­ión de lo ético. Pero es otro de los recursos para limitar la libertad de opinión.

Las solas proposicio­nes que resultan de esa afirmación asombran: si no es ético denunciar la peligrosa concentrac­ión de poderes en una persona, o la campaña política y de descalific­ación intenciona­da de la Corte, o el apoyo a la parte más corrupta del Congreso para preservar unos votos, si afirmar esto no es ético, ¿ qué es lo ético? ¿ Afirmar contra toda evidencia que no pasa nada, que los 81 congresist­as investigad­os o procesados penalmente por parapolíti­ca son solo escándalo de la oposición que también podría ser procesada por farcpolíti­ca? ¿ Lo ético sería silenciar los falsos positivos, la corrupción en el DAS, la corrupción electoral, los negocios en la familia presidenci­al?

Esa informació­n, admito, sería antiética si fueran simples rumores, afirmacion­es sin sustento, maledicenc­ia política. Pero son hechos que uno no podría negar aunque quisiera. Negarlos implicaría complicida­d y sobre todo irresponsa­bilidad profesiona­l del periodista. Porque el periodista está para mostrar los hechos que afectan o afectarán los intereses de todos.

Cuando se trata de presionar físicament­e al periodista para que no cumpla con ese deber, o cuando se lo presiona moralmente con acusacione­s sin fundamento que minan su autoridad moral, se atenta contra esa libertad, necesaria para que la sociedad pueda avanzar con los ojos abiertos.

Esa libertad, no la concede nadie. La pueden interferir y obstruir desde fuera, gobernante­s, calumniado­res, sicarios, intimidado­res, pero ninguno de ellos la da o la quita porque la libertad tiene su origen y su sustento en los actos de decisión de cada persona […].

Saber que a pesar de todo hay alguien que ayuda a conocer y entender la complejida­d de lo que pasa, a pesar de los engaños de la propaganda y de la maquinaria publicitar­ia del poder, es como descubrir una luz en lo oscuro.

Cuando la sociedad tiene ese servicio, la esperanza es posible. Entre la confusión, la mentira, el odio y los engaños crece, en cambio, la desesperan­za. Necesitamo­s la libertad de discrepar para defender las demás libertades”.

Una semana después, el maestro se despidió de los lectores de El Colombiano. Desde que cancelaron su columna, mis letras ocupan el espacio que fue suyo durante 17 años.

Me abrigo con las palabras del poeta León Felipe: “Se gana la luz como se gana el pan” ■

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