Pantallas, ¿amigas o enemigas?
El debate está dado. Al usarlas con los niños lo importante es seguir unas pautas de cuidado.
Los teléfonos inteligentes y las tabletas llegaron a la vida de muchas familias con hijos pequeños como el antídoto perfecto para evitar un berrinche o calmar los ánimos intensos de un niño con gran energía. Las posibilidades son infinitas, desde largos capítulos de Peppa Pig hasta videotutoriales de cómo hacer una granja de hormigas casera o incluso, en casos negativos, el contacto con peligrosos retos que ponen en riesgo la integridad de los menores.
Estas pantallas han llevado a otra dimensión lo que hasta hace poco ocurría con las consolas de videojuegos o los programas de TV: sacar el entretenimiento digital de las cuatro paredes de la casa y llevarlo a las cenas en restaurantes, reuniones familiares, viajes en carro o hasta las aulas.
Con dispositivo en mano, proteger a los niños comienza a ser un dolor de cabeza para muchos padres. ¿Qué hacer frente a este panorama?
Las opiniones están divididas. Aunque hay quienes ven en estos dispositivos una forma de desarrollar la motricidad fina, e incluso las han llegado a las aulas de clase, otras voces, entre tanto, abogan por un uso más limitado según la edad del menor.
Según la edad
La corriente francesa en pediatría gira en torno a la regla “36-9-12”, formulada por el pediatra Serge Tisseron y divulgada por la Asociación Francesa de Pediatría Ambulatoria (Afpa). Los números hacen referencia a las edades claves en
las que el uso de las pantallas tiene alguna variación (ver Opciones). Por ejemplo, Tisseron afirmó, desde 2007, que antes de los 3 años los menores no deben tener ningún tipo de contacto con las pantallas, pero este año la Organización Mundial de la Salud rebajó en un año el acceso a estos dispositivos.
Si bien la corriente sugiere unas reglas claras según la edad del menor, la realidad es otra: los niños tienen acceso a las pantallas desde temprana
edad y muchas veces sin la supervisión de un adulto.
Martha Lía Gaviria Bravo, oftalmóloga pediatra explica que este uso puede favorecer problemas relacionados con el sedentarismo como la obesidad, el azúcar en la sangre o enfermedades coronarias.
Así mismo, asegura que puede desarrollar emociones adictivas, problemas para relacionarse, limitación en el desarrollo cerebral e incrementar el riesgo de depresión o ansiedad. “No ayudan a potenciar su imaginación y creatividad: cuando ven dibujos, juegan con la tablet o el celular se convierten en receptores pasivos de imágenes e información”, dice Gaviria. Además, el exceso de información que reciben puede alterar su ciclo de descanso y la capacidad de concentración. “Todos sabemos que cuando un niño está excitado o alterado difícilmente puede concentrarse y más si las actividades en las que debe hacerlo carecen de ese tipo de estímulos y atractivo fácil”, añade.
Existen otros riesgos como la aparición de la miopía, estrabismo convergente agudo, ojos rojos o visión borrosa a causa del síndrome de fatiga visual