“Oídos sordos, cuando no intransigencia, es con lo que se topa el Gobierno colombiano al solicitar a Cuba no dar más protección a cabecillas del Eln. No obstante, romper relaciones no es lo indicado”.
Oídos sordos, cuando no intransigencia, es con lo que se topa el Gobierno colombiano al solicitar a Cuba no dar más protección a cabecillas del Eln. No obstante, romper relaciones no es lo indicado.
El criminal atentado terrorista perpetrado por el Eln en enero de este año, en la Escuela de Cadetes General Santander, en Bogotá, no solo dejó el desolador resultado de 22 cadetes muertos, sepultó -por responsabilidad exclusiva de esa guerrilla- las posibilidades de proseguir diálogos con sus cabecillas, sino que golpeó seriamente las relaciones diplomáticas entre Colombia y Cuba.
Ecuador, que servía de sede principal en esas conversaciones, dio por terminada de inmediato su participación en el proceso: una de las cadetes asesinadas era natural de ese país. El gobierno de Lenín Moreno fue terminante y resuelto al condenar como terroristas a los dirigentes del Eln.
El Gobierno del presidente Iván Duque solicitó a Cuba que, terminado el proceso de diálogos, procediera a levantar las dispensas de las que gozaban los cabecillas del Eln, cuyas órdenes de captura fueron reactivadas por la justicia. El gobierno cubano, por lo menos en público, no ha hecho referencia a esta solicitud.
Colombia ha hecho presión para que La Habana levante las protecciones a los responsables no solo del atentado en enero, sino de toda una cadena de hechos criminales que siguen causando gravísimos estragos en territorio colombiano.
Puede decirse que las relaciones entre ambos países están no solo estancadas, sino en franco retroceso. Hace algunas semanas se reunieron en Nueva York el canciller colombiano, Carlos Holmes Trujillo, y su homólogo de Cuba, Bruno Rodríguez. El canciller Trujillo no ocultó que la reunión fue difícil y tensa. Nada se pudo resolver allí.
Para añadir dificultades, está el amparo, patrocinio y tutela ideológica y política que el régimen de Cuba presta al despótico sistema chavista en Venezuela. Este es, para Colombia, un muy serio y grave problema de seguridad nacional. Paradójicamente, hay sectores de opinión y de influencia política que, pese a las evidencias, cargan las culpas al gobierno democrático de Colombia.
Sin embargo, hay que tener en cuenta otro factor esencial: la diplomacia cubana no solo es eficaz y profesional, sino curtida en seis décadas de consolidar una doctrina ideológica que defienden sin complejo alguno en cuanto foro y escenario internacional les es posible. No son lo mismo la diplomacia cubana y el vulgar remedo que despliegan sus discípulos chavistas desde Caracas. Por su parte, el Gobierno Duque ha optado por enviar como embajador a la isla a un político, exsenador, sin experiencia ni trayectoria diplomática alguna.
Hace una semana un grupo de personas, entre ellos un excanciller de Colombia y varios exministros, junto con políticos y académicos, enviaron una carta al presidente Duque advirtiéndole del “grave error” de romper canales de contacto con el gobierno cubano. Ponderan el “rol constructivo” de Cuba en los procesos de paz de Colombia.
Si bien hay formas de abordar las diferencias que podrían hacerse de manera más profesional, por ejemplo no enviando los mensajes a través de ruedas de prensa o de trinos, también hay que ver que de parte del régimen cubano ha habido intransigencia. Se han enrocado en la letra de protocolos que, argumentan, son compromisos del Estado colombiano, y desechan toda argumentación que ofrezca el actual gobierno.
No sería deseable ni conveniente, en efecto, un rompimiento de relaciones con Cuba. Lo cual no obsta para reconocer que el inmovilismo del régimen castrista no facilita para nada lograr espacios mínimos de entendimiento