LAS PELEAS DE RAMOS EN EL CONGRESO
Cargar un nombre
En la casa Ramos ha habido una regla, según la cual, mientras uno de ellos esté en la política, no puede haber dos. La norma, impuesta por el padre –“porque no queremos concentrar todos los honores en una sola familia”– tiene una contracara tácita: al menos un Ramos debe preservar el poder familiar.
Hasta agosto de 2013, parecía que el protagonista principal seguiría siendo Luis Alfredo: sonaba como precandidato a la Presidencia por el nuevo partido del uribismo, el Centro Democrático. Pero su detención, ordenada por la Corte Suprema ese año por presuntos vínculos con paramilitares, dejó el futuro político familiar en manos de uno de los hijos.
La decisión, en principio, parecía recaer en el hermano Durante su tiempo como senador del Centro Democrático, entre 2014 y 2018, Ramos fue coautor de proyectos de ley como el de tratamiento diferenciado de miembros de la Fuerza Pública en operaciones militares, el cual fue archivado, y la ley de potenciación de las industrias creativas, sancionada en 2017. Además, en su disputa con la senadora fue autor del proyecto para endurecer las sanciones por ausentismo para los congresistas. En agosto de 2016, de hecho, Ramos publicó en Twitter una lista de las ausencias de la senadora López y la acusó de haber “robado a los colombianos” 40 millones de pesos con sus ausencias.
menor. “Yo siempre fui más inclinado a la política”, dice Esteban, “Alfredo estuvo mucho tiempo en el sector privado después de graduarse de Derecho y Administración de Empresas. Mucha gente dice que pensaba que yo era el político en la casa, pero la vida nos va enseñando el camino”.
Pero el que enseñó el camino esa vez fue Uribe. Pocas semanas después de la captura del padre, Alfredo recibió una llamada del expresidente que, por las formas, parecía más una orden que una invitación: “Ahora le toca a usted”.
Así, según recuerda María Eugenia, Ramos entró a la lista cerrada al Congreso por el Centro Democrático. Su nombre estaba en el número 13 de 50, a la cabeza de los opcionados para llegar al Senado, por
delante de futuros parlamentarios como Ernesto Macías, Jaime Amín y Paola Holguín.
Cinco meses después, en marzo de 2014, el Centro Democrático obtuvo 19 escaños en el Senado. Ramos se convirtió en congresista sin haber recibido ni un solo voto durante su vida directamente y conociendo solo por observación la forma en la que un discurso puede emocionar a una multitud.
Quizá por eso, cuando en septiembre de este año le tocó el turno de hablar en la Plaza de las Luces –luego de que el candidato Jesús Aníbal Echeverri concluyera en medio de vítores su discurso de adhesión a la campaña del Centro Democrático–, Alfredo Ramos no supo qué hacer con su cuerpo: movía su mano derecha sin rumbo, intentaba meterla en el bolsillo, luego desistía y la acomodaba en la cintura o la dejaba suspendida. Era como un arma cargada en manos de alguien incapaz de disparar.
En momentos de presión, Alfredo sufre también con sus palabras. Sucedió en junio de 2018, cuando la senadora Claudia López –una de las primeras en señalar los presuntos vínculos de su padre con paramilitares– lo cuestionó por declararse impedido en una votación sobre sometimiento a la justicia de las bandas criminales. En medio de la plenaria, López lanzó un desafío: “Debe ser duro llamar a su padre parapolítico”.
Pero Ramos apenas podía hilar palabras. Habló con la voz afectada, con pausas dubitativas, y solo cuando el micrófono se apagó reunió elocuencia suficiente para soltar un insulto.
Heredar un pasado es, también, cargar con sus expectativas, crecer a la sombra de un legado que para Ramos está inscrito en su historia desde el bautizo. Después de todo, su padre coincide con el tipo de hombre que Juan Gabriel Vásquez describe en su libro Los Informantes como una especie predecible: “Los que confían tanto en los logros de su vida que no temen bautizar a sus hijos con su propio nombre”