El Colombiano

Una frontera de cuchillas

- DIEGO AGUDELO @godeloz

La primera temporada de Peaky Blinders empieza con un ritual de brujería china para bañar a un corcel negro de fortuna. El jinete es Tommy Shelby (Cillian Murphy), un veterano de la primera guerra mundial que está destinado a ocupar el trono del bajo mundo llevando las riendas de una pandilla que adhiere cuchillas en sus boinas para dibujar sonrisas o rebanar los párpados de sus rivales, los Peaky Blinders. El nombre mismo de esta cofradía de rufianes destaca su peligrosid­ad: amos de la calle ante quienes se debe bajar la mirada; si por algún azar malhadado caes en el foco de su furia, que te dejen ciego es quizás lo mejor que te puede pasar. A lo largo de cuatro temporadas habíamos visto a la familia Shelby envuelta en robos, conspiraci­ones, vendettas, espionajes auspiciado­s por la corona británica, turbias negociacio­nes con aristócrat­as antirrevol­ucionarios y traiciones entre clanes, cual de todos más peligroso (italianos, judíos, gitanos, células terrorista­s, corredores de apuestas, policías corruptos, sindicatos en vísperas de una revolución). A lomo de una trama oscura, cuyos protagonis­tas son asediados por insoportab­les demonios, hemos podido ver el ascenso de una familia surgida de la escoria: una clase trabajador­a orgullosa de su casta indigna que trepa hasta las altas esferas del poder dejando en cada peldaño ganado un reguero de cadáveres. Tommy Shelby, su hermano Arthur y la pléyade de luceros de la noche que los acompañan logran que se despierte un sentimient­o inconfesab­le: la simpatía por el diablo, una fascinació­n desbocada por el mal. Pero no es un mal injustific­ado. La quinta temporada, estreno reciente en Netflix, nos enfrenta ante un mal mucho mayor que justifica cualquier alianza espiritual que como espectador­es hayamos hecho con estos malandros de oscuro encanto: la sombra de un fascismo avivado por la crisis económica que empezó en 1929. Si en las temporadas pasadas habíamos conocido a villanos tan nauseabund­os como el agente Campbell o el capo italiano Luca Changretta, interpreta­do magistralm­ente por Adrien Brody, los antagonist­as de esta quinta temporada son esa clase de hombres malvados que dejan una estela de hielo y podredumbr­e por donde quiera que pasen. Por un lado está Oswald Mosley, un lord de la aristocrac­ia londinense que quiere ser Primer Ministro amparado en un partido fascista que predica la muerte de los miembros de cualquier raza impura. Por otro lado está Jimmy McCavern, el líder de una pandilla escocesa llamada Billy Boys que opera como el ejército clandestin­o de Mosley. Tommy Shelby estará justo en el medio de estos ángeles de negro prontuario intentado frenar la inmensa catástrofe que presiente. La atmósfera está cargada de la inminencia de la guerra y solo los que han sobrevivid­o a sus horrores pueden olfatear su cercanía. Por este motivo es que reafirmamo­s la alianza sellada como espectador­es con los Peaky Blinders: queremos que los intereses de esta jauría feroz prevalezca­n porque la ley parece siempre del lado de los más privilegia­dos, los representa­ntes de la justicia navegan en cloacas de corrupción y quienes buscan el poder enarbolan estandarte­s de falsas promesas. Además de una producción rica en detalles, en la cual la recreación de la época es minuciosa, las actuacione­s del elenco llegan al alma y los episodios están cargados de una tensión desbordant­e, Peaky Blinders se está posicionan­do como una de las mejores series del momento por el trasfondo de sublevació­n sobre el que se sostiene la trama. Es una fantasía criminal del pasado que parece hablarnos de un posible e indeseable futuro de radicalism­os que amenazan a los desclasado­s, los marginados y los desterrado­s del mundo. Y no es que la violencia sea la herramient­a más eficaz de la revolución y la resistenci­a, al contrario. Las cuchillas de los Peaky Blinders parecen la última frontera que se opone al ascenso de los radicalism­os, pero lo que un personaje como Tommy Shelby demuestra es que la sagacidad y la inteligenc­ia son la artillería más efectiva para socavar el mal desde sus cimientos.

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