El Colombiano

CHARLAS DE CAMINO

- Por DIEGO ARISTIZÁBA­L desdeelcua­rto@gmail.com

Salvador Salvador es un negro alto y sonriente. Habla con tanto amor sobre la vida. Apenas tiene media docena de hijos, pero es consciente de que no es buena idea tener más. Se ha casado dos veces. La primera, pensó que sería para toda la vida. “Yo amaba mucho a mi mujer, pero un día empezó a salir con una amiga más de la cuenta y se fue con otro, no tuve más remedio que dejarla ir a pesar de que algunas personas me incitaban a que me opusiera con cosas violentame­nte terrenales, con métodos malvados. Pero uno en la vida no debe hacerle mal a nadie, para mí lo más importante es la tranquilid­ad, sentirme bien conmigo mismo. Así, con esa tranquilid­ad me volví a enamorar. En cambio mi exmujer, cuentan por ahí, quedó embarazada de aquel hombre. El hijo le nació con problemas. Yo espero que algún día vuelva a ser feliz”. Salvador sonríe y se mete a un chorro de agua fría que viene de la selva y cae por un acantilado que da justo a la orilla del mar. “Los negros tenemos mucho calor adentro, por eso me gusta meterme aquí cada que puedo para que no me sangre la nariz”. Un perrito que nunca lo deja se queda dormido esperándol­o.

Dolores Se llama Dolores pero le gusta que le digan Lola, “no me gusta mi nombre, me parece triste”. Apenas tiene dos dientes, uno a cada lado, y se ríe tiernament­e como una tortuga. Le digo que debe sentirse dichosa por vivir ahí donde vive, al frente del mar, con esa vista y ese sonido siempre. Ella me dice que sí, pero que también a veces se pone triste, se aburre, y no le queda más remedio que imaginarse cómo será la vida en la ciudad. Yo le digo que no se pierde de nada, que mejor ahí donde está, con esa playa, con ese pescado diario, con ese viento que da cosquillas antes del atardecer. Ella me dice cosas bonitas con los ojos.

Dos policías El policía le pregunta al otro: “¿Por quién vas a votar?” El otro no dice nada, sigue empacando las cosas lentamente en su morral. “¿Cuál será el que menos roba?”. El otro se limpia el sudor y sigue empacando. “Porque todos roban, ninguno se salva”. El otro lo mira y no dice nada, se echa el morral al hombro y se va. “A este país no lo salva nadie”, dice. Yo tampoco digo nada.

Anselmo Se toma el café despacio después de echarle cuatro sobres de azúcar. “La clave del amor es la convivenci­a, por eso mi mujer y yo lo cultivamos dividiendo la casa en dos: de aquí para allá es de ella, de aquí para acá es mío. Así todos tranquilos”. También es ciego de un ojo a raíz de una caída

Salvador amaba mucho a su mujer, pero se fue con otro y “no tuve más remedio que dejarla ir...”.

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