CÓDIGO FUCSIA
En abril de 2016, la Universidad de Antioquia suspendió el contrato de un profesor de la Facultad de Ciencias Económicas por una denuncia de agresión sexual, en su contra. Hace dos años, una estudiante de la Universidad Nacional denunció a Freddy Monroy, su profesor, por acoso sexual. En marzo de 2019 salió a la luz una carta en la que una estudiante de la Universidad de los Andes acusaba a Adolfo Mézquita Torres, director del Departamento de Ciencias Biológicas, de supuestamente habérsele insinuado y utilizado lenguaje agresivo en su contra.
Ocho meses atrás, estudiantes de Medellín denunciaron a un hombre extranjero que entraba a las instalaciones de dos universidades privadas de la ciudad para perseguirlas y acosarlas verbalmente. En septiembre de este año se publicó un estudio que refleja que cuatro de cada diez mujeres han sido víctimas de acoso sexual dentro de las universidades del país.
Este lunes salió a la luz pública la irónica noticia de que una estudiante en estado de embriaguez habría sido agredida sexualmente dentro de la Universidad de Antioquia por dos vigilantes de seguridad, los encargados de “proteger” a la población universitaria. Parece un chiste de esos malos, de los que uno desearía que fueran mentira. Pero no. Fue admitida en un centro de salud luego de despertar con su vestido rasgado, hematomas y rasguños por todo el cuerpo. Una vez examinada se emitió el código fucsia: víctima de violencia sexual.
Parece increíble que, faltando poco más de una semana para la celebración del día cívico de la mujer colombiana –en el que se conmemora la pujanza y la fuerza de la mujer representada en Policarpa Salavarrieta–, la sociedad machista y retrógrada en la que vivimos atribuya la culpa de la violencia sexual a la víctima y que se normalicen este tipo de actos con consejos como: “No se vista así, no dé papaya” o “no salga sola muy tarde”, como si tuviéramos que acoplar nuestro diario vivir para no ser violadas.
Código rojo es el que debería tener esta sociedad en la que se escucha decir que una mujer no puede beber licor porque se vuelve una víctima fácil de agresiones sexuales, como si la culpa fuera de unas copas y no de la falla de este sistema que ha criado una selecta cantidad de hombres que se creen dueños de las mujeres y sus cuerpos
La sociedad no puede seguir culpando a las mujeres víctimas de agresión sexual.
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