El Colombiano

NOVIEMBRE

- Por HERNANDO URIBE C., OCD* hernandour­ibe@une.net.co

Noviembre es el mes de los fieles difuntos, las almas del purgatorio, entendido como lugar de sufrimient­o y purificaci­ón, previo al cielo. Y así oramos por ellas con misas, novenas y limosnas, para pedir por “su descanso eterno”. Es esta una manera de ver la realidad.

Quien ve la realidad de otra manera, tendrá otro modo de comportami­ento. El hombre es un ser complejo en su unidad de cuerpo y alma. Como ser vivo, va naciendo, viviendo, muriendo y resucitand­o simultánea y dinámicame­nte en cuerpo y alma, de modo que la muerte no es separación de cuerpo y alma.

Y así, resucitar no es revivir un cadáver, sino alcanzar la vida en plenitud, que es Dios. El cadáver no es el cuerpo, sino el residuo de un proceso de transforma­ción radical en cuerpo y alma, en que el cuerpo, ya glorificad­o, siempre uno con el alma, participa ya de la inespacial­idad e intemporal­idad de Dios.

La persona que muere no se ausenta, cambia su forma de presencia. Por eso, Broucker escribió: “Rogar a Dios por los difuntos es aprender como ellos a no desear más que a Dios, y encomendar­nos a sus oraciones es reclamar para nosotros las gracias más puras de la santidad”.

“En la muerte todos seremos místicos” (P. Congar), es decir, viviremos en la comunidad del Dios uno y trino. Y así, quien cultiva la oración, que es la relación de amor con Dios, anhela la muerte espontánea­mente. “Descubre tu presencia / y máteme tu vista y hermosura”, canta San Juan

de la Cruz, y comenta: “No le puede ser a aquel que ama amarga la muerte, pues en ella haya todas sus dulzuras y deleites de amor”.

Maestro en contar parábolas, Jesús comienza casi siempre así: “El Reino de los cielos es semejante a”. Quien las lee con atención descubre que Jesús está haciendo selfies ver

bales: Él mismo es el Reino de los cielos. Lo que llevó a San

Agustín a afirmar: “Después de esta vida, Dios mismo es nuestro lugar”.

Santa Catalina de Génova

(1447-1510), interesada en leprosos, expósitos y prostituta­s, orientó su vida así: “Si hablo, callo, duermo, velo, veo, oigo o pienso, si estoy en la Iglesia, en casa o fuera… quiero que todo sea en Dios y para Dios”. Y así lo que escribió merece la máxima atención: “Cuando veo morir a una persona, me digo: ¡oh, qué cosas nuevas, grandes y maravillos­as está a punto de ver!”

Cuando oramos por los difuntos, en realidad estamos orando por nosotros, gracias a ellos, que viven ya sin tiempo ni espacio en Dios

Maestro en contar parábolas, Jesús comienza casi siempre así: “El Reino de los cielos es semejante a”. Quien las lee con atención descubre que Jesús está haciendo selfies verbales: Él mismo es el Reino de los cielos.

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