El Colombiano

Pasaje La Bastilla renació en el Centro para tertuliar

Entre libros, jardines y el olor a café transcurre ahora la cotidianid­ad en este icónico corredor que fue recuperado con una inversión de $3.150 millones.

- Por GUSTAVO OSPINA ZAPATA

Aunque estaba cargado de historia, el pasaje La Bastilla, en el Centro de Medellín, se había venido a menos: de ser epicentro donde intelectua­les de la talla del escritor costumbris­ta Tomás Carrasquil­la se reunían a hablar de literatura, poesía, arte y política en las primeras décadas del siglo XX, pasó a ser, casi un siglo después, un sitio inseguro, invadido de habitantes de calle y venteros ambulantes.

Pero todo cambió hace unas semanas, cuando terminaron las obras de renovación de este pasaje, que se extiende desde la calle Ayacucho hasta la avenida La Playa y que tiene dos cuadras con vocaciones muy definidas: una dedicada a los bares y cafés, entre Colombia y La Playa; y la otra a la venta de libros, con el Pasaje Comercial del Libro y la Cultura como epicentro de esta actividad, entre Ayacucho y la avenida Colombia.

La Bastilla se hizo célebre desde 1920, cuando se abrió el bar del mismo nombre, donde iba Carrasquil­la a escribir o bocetar sus obras, y que cerró sus puertas en 1973. Tanta historia parecía perdida entre los agites y afanes de los vendedores de loterías, la insegurida­d y la hostilidad de una calle por la que la gente evitaba cruzar para no ganarse un susto.

Hoy el lugar está renovado. La alcaldía, a través de la Secretaría de Infraestru­ctura, le sembró 18 árboles, puso bancas para que los transeúnte­s se sienten a leer o a degustar un café e intervino 2.900 metros cuadrados de espacio con una inversión cercana a los $3.150 millones. El plan también contempló regular el transporte motorizado, priorizar la circulació­n peatonal, implementa­r un carril para movilidad no motorizada y conservar la vegetación existente.

Entre versos y tintos

El mejor testimonio de lo que ahora pasa en este lugar lo dio la abogada Edelmira Avendaño, a quien sorprendim­os sentada en una banca disfrutand­o la lectura de un libro y saboreando un tinto.

“Yo antes pasaba por acá corriendo, pero ahora me puedo sentar tranquila; puedo leer concentrad­a al aire libre, cuando antes pasaba casi corriendo”, dice esta profesiona­l, que sugiere que mejoren las jardineras, pues algunas tienen plantas muy pequeñas

que demorarán en crecer.

La Secretaría de Infraestru­ctura afirma que en el corredor se instalaron 224 metros cuadrados de jardines: “Hoy la gente puede disfrutar, caminar y tomarse un café en los locales”, señala.

Raúl Andara, de la Librería La 25, siente que las ventas

han mejorado desde las reformas. El que no haya vendedores de libros en la calle beneficia su negocio, porque puede mantener precios competitiv­os: “sin la competenci­a de los de la calle ganamos más estabilida­d”, sostiene.

En la Librería París, el empleado Carlos Sánchez valora el orden y el hecho de que con la intervenci­ón el lugar haya quedado más aireado, con menos polución, ruido y más espacio para moverse.

En la cuadra de los cafés las cosas también cambiaron. Luis Fernando Saavedra, del café El Hípico, dice que el ambiente que se respira es “cien por ciento mejor, porque esto antes era un caos”.

Afuera, en un toldo con mesas, varios veteranos de la colonia tamesina en Medellín dicen que han vuelto a reencontra­rse: “Por acá antes no se veían sino alcohólico­s, pero ya llegó la tertulia tamesina y acá nos puede ver todos los días arreglando el país, pero sobre todo el municipio”, dice entre risas, compartida­s por sus compañeros de mesa, el jubilado Horacio Aristizába­l.

En el corredor, que ahora es totalmente peatonal, pues en alguna época pasaban carros, hay placas con historia del pasaje que evocan la Medellín bohemia y culta.

La intención es recuperar este espacio con la misma vocación y que se integre a corredores como La Playa, Junín y Bolívar, también renovados para que los ciudadanos disfruten el Centro a plenitud

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FOTO MANUEL SALDARRIAG­A En esta céntrica carrera funcionó la primera cafetería reconocida que tuvo la ciudad en la que don Hipólito Londoño, conocido como Polito, comenzó a vender café.

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