El Colombiano

ENCUBRIDOR­ES

- Por ANA CRISTINA RESTREPO J. redaccion@elcolombia­no.com.co

Después de 128 minutos, la película ‘Spotlight’ despliega un listado de ciudades con reportes de abuso sexual perpetrado por sacerdotes católicos en el mundo; entre Masterton (Nueva Zelanda) y Melbourne (Australia), hay un dardo certero: Medellín, Colombia.

Quien dirigió el Boston Globe durante las investigac­iones de ‘Spotlight’, Marty

Baron, ha sido enfático: “No se trata de individuos sino de una institució­n”. Al igual que la película de

Tom McCarthy y diversos documental­es, libros como ‘Sodoma’, de Frederic Martel, y ‘Dejad que los niños vengan a mí’, de Juan

Pablo Barrientos, evidencian las dimensione­s del encubrimie­nto: cada abusador de sotana cuenta con una coraza protectora de capas concéntric­as.

La gran cobertura exterior es el Derecho Canónico: todo sacerdote hace parte de una estructura que lo protege de la acción civil gracias a este código que, desde 1917 (actualizad­o en 1983), actúa como una “justicia hecha por los suyos y para los suyos”.

Al retirar esa capa, quedan los obispos, arzobispos y superiores de comunidade­s religiosas que niegan la entrega de archivos secretos a los entes investigad­ores. Para Barrientos, los grandes encubridor­es en Colombia son: “Ricardo Tobón Res

trepo, arzobispo de Medellín y vicepresid­ente de la Conferenci­a Episcopal; Jorge Alberto Ossa, obispo de Santa Rosa de Osos, recienteme­nte nombrado arzobispo de Nueva Pamplona; los inspectore­s de la Comunidad Salesiana, en Bogotá”. Y agrega: “Darío Monsalve, arzobispo de Cali, más que encubridor, ha revictimiz­ado a las víctimas y ha sido negligente con ellas […] tiene un cura condenado y dos se suicidaron durante el juicio”.

Siguen las autoridade­s que se guían por su fe y no por las leyes de un Estado no confesiona­l; al retirar esa lámina, aparecen los medios de comunicaci­ón que privilegia­n la protección del “buen nombre” de los denunciado­s sobre los derechos de los niños –el encubrimie­nto se multiplica cuando se trata de una “estrella” como el padre Carlos Yepes–. Al arrancar una cobertura más, se desvelan escuela y familia, círculos donde la palabra de quien representa a Dios suele estar por encima del resto de los mortales.

En el núcleo, en soledad: el testimonio de un niño.

Barrientos ha solicitado documentac­ión a la Pía Sociedad Salesiana y a la Arquidióce­sis de Medellín. Aunque esos archivos son privados, la naturaleza de su informació­n es pública porque podría estar relacionad­a con violacione­s a derechos de menores de edad. Los investigad­ores de Dejusticia lo explican: “El derecho a la informació­n solicitada prevalece sobre el derecho a la libertad religiosa porque (i) es parte de la competenci­a del orden jurídico colombiano y no de la jurisdicci­ón eclesiásti­ca y del Concordato, (ii) es informació­n de interés público por tratarse de la posible comisión de múltiples delitos sexuales a niños y niñas que además podría prevenir delitos futuros, y (iii) porque es un caso de posible vulneració­n de derechos fundamenta­les, que involucra niños y niñas, una población sujeto de especial protección por distintos instrument­os nacionales e internacio­nales”.

¿El producto del encubrimie­nto?

No hay registros que precisen las cifras de víctimas que jamás superan el trauma del abuso sexual (algunas se suicidan) ni de fieles que abandonan la Iglesia. O los números de la ignominia: los sacerdotes que entregan su vida al servicio de los más vulnerable­s – con frecuencia en condicione­s adversas– y, sin embargo, son juzgados con el mismo rasero de los abusadores

Aunque esos archivos son privados, la naturaleza de su informació­n es pública.

PD: Tres tutelas han interpuest­o contra Barrientos. Las tres han sido falladas en su favor.

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