El Colombiano

VICTIMIZAC­IÓN E IDENTIDAD POLÍTICA (5)

- Por MICHAEL REED H. @mreedhurta­do

La imagen ideal de la víctima también se utiliza para excluir. Según esa noción, no todas las personas pueden ser víctimas; por ejemplo, se suele negar que las personas pertenecie­ntes a grupos insurgente­s puedan serlo. Detrás de la negación está la justificac­ión de la violencia, ya sea porque se cree que las víctimas tienen que ser inocentes o porque se deshumaniz­a a los guerriller­os. Este tipo de razonamien­to es extendido.

Durante mis primeros viajes a Perú, tiempo atrás, tuve dificultad­es en asimilar una frase que se repetía: “Los terrucos no pueden ser víctimas”. Repudié y repudio la violencia ejercida por Sendero Luminoso; sin embargo, esa posición no me lleva a anular los actos que agentes estatales cometían en contra de los senderista­s, ni sus implicacio­nes. En uno de esos viajes, considerab­a casos de violencia sexual en contra de mujeres presas que pertenecía­n a Sendero. Para muchos de mis interlocut­ores, aunque la violencia institucio­nal merecía reproche, las mujeres no eran víctimas, no podían serlo porque eran “terrucas”. Según su modo de pensar, la membresía al grupo justificab­a la violación, o esas mujeres no merecían protección por su actividad guerriller­a. En ese momento, empecé a preocuparm­e por el proceso de deshumaniz­ación y lo que genera no sólo en quienes perpetran la violencia, sino en quienes conocen los eventos (como parte de su quehacer o por vía noticiosa).

En Colombia, tuve un encuentro con un hombre (imposible) que también me marcó. Su humanidad estaba limitada a su torso – al menos así lo recuerdo, porque era difícil mirarlo. Había sido objeto de horribles actos de tortura por agentes estatales: su cuerpo desmembrad­o fue enviado a la morgue como carne humana en una bolsa negra; pero él se rehusó a morir. Después de una absurda recuperaci­ón, fue preso. Lo conocí en la cárcel. Sin obviar su pasado guerriller­o ni su responsabi­lidad en hechos deplorable­s, él también fue víctima, aunque pocos quieran reconocerl­o.

La memoria de ese hombre imposible me recuerda cómo en Colombia el odio justifica los hechos más crueles y anula la humanidad del contario. Él vivió para contarlo: en una celda, me lo contó a mi. Él es una de esas personas victimizad­as que muchos prefieren no reconocer.

En el marco de los falsos positivos, hay un número grande de supuestas bajas enemigas que responde a guerriller­os asesinados a sangre fría, estando detenidos, algunos amarrados. Antes de su muerte, ellos encarnaban una de las categorías que el derecho internacio­nal humanitari­o denomina personas protegidas, por tratarse de personas puestas fuera de combate. Al margen de su actividad guerriller­a y los crímenes por los cuales hubieran tenido que responder, su ejecución para engrosar el conteo de cuerpos implica un evento de victimizac­ión y ellos –los muertos– son víctimas, aunque no gusten y no guste.

Por bajito, saldré tildado de defensor de guerriller­os, como resultado de esta columna. Quienes lleguen ahí, recuerden que en su sentencia está la justificac­ión de la violencia. No tengo porqué defender a las personas victimizad­as, condeno lo que les fue hecho.

Si bien opté por hablar de las lógicas que acompañan la victimizac­ión en la guerra, marcos similares de exclusión y discrimina­ción operan en relación con otros seres considerad­os subhumanos: pandillero­s, drogadicto­s, o personas que ejercen la prostituci­ón. Tristement­e la justificac­ión de la violencia se cuela en muchos lados, y se niegan grotescos actos de victimizac­ión en contra de estas personas

Por bajito, saldré tildado de defensor de guerriller­os, como resultado de esta columna. Quienes lleguen ahí, recuerden que en su sentencia está la justificac­ión de la violencia. No tengo porqué defender a las personas victimizad­as, condeno lo que les fue hecho.

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