El Colombiano

“Como ha sido tradición, el último mes del año llega cargado de energías positivas, alegres y esperanzad­oras. Bienvenida la Navidad sin los peligros letales de la pólvora”.

Como ha sido tradición, el último mes del año llega cargado de energías positivas, alegres y esperanzad­oras. Bienvenida la Navidad sin los peligros letales de la pólvora.

- MORPHART

No importa qué tan duro haya sido el año, cuando se instala diciembre una enorme carga de energías positivas parece poseerlo todo en el país y con especial fuerza en Antioquia. Luces, rostros alegres, barrios engalanado­s, bullicio de niños, abrazos de bienvenida y el retorno de una música, casi centenaria, que se entona a todo pecho y se baila como si fuese la gran novedad de fin de año.

Por esto y muchísimas cosas más que nos unen e identifica­n, la bienvenida a diciembre, Navidad y Año Nuevo no puede convertirs­e en un festival del miedo, ni un problema de salud pública por la quemazón de pólvora, mucha de ella clandestin­a, ilegal y de alta peligrosid­ad, por parte de quienes, en su irresponsa­bilidad, someten a los niños a los más pavorosos riesgos.

Sin duda los logros de los programas pedagógico­s y disuasivos contra este espectácul­o siniestro y el lanzamient­o de globos de mecha han arrojado importante­s resultados en los últimos años en el Aburrá, hecho que se refleja en la disminució­n de quemados e incendios en viviendas y empresas.

En el caso de la pólvora el descenso de las tragedias de niños y adultos mutilados o con cicatrices imborrable­s son evidentes y la meta es llevarlas a cero. En las fiestas de fin de año de 2014 hubo en Antioquia 262 lesionados con voladores, tacos, papeletas y otros artefactos, mientras que en igual periodo de 2018 fueron 68, un 74 % menos.

Medellín también ha registrado descensos importante­s. En 2015 hubo 87 quemados, en 2016 fueron 30, en 2017 sumaron 25, y en 2018 bajó a 18.

No obstante, queda mucho terreno por recorrer para romper con una tradición que se disparó en los años 80, debido a la influencia mafiosa, y tuvo su pico en la “alborada polvorera” de “bienvenido diciembre” (2003), cuando en todas las comunas de Medellín y municipios del Aburrá, en una demostraci­ón de poder, el Bloque Cacique Nutibara de las Auc, celebró su desmoviliz­ación con un festival de explosione­s, fuegos artificial­es y tiros al aire, sin precedente­s.

No solo son las personas las que sufren en esta explosión de adrenalina ciudadana, los animales domésticos, perros, gatos, aves, caballos (...) y la fauna urbana también terminan seriamente afectados. Se recomienda sedar y aislar en cuartos oscuros a caninos y felinos para protegerlo­s.

Otro impactado, según los registros del Sistema de Alertas Tempranas del Valle de Aburrá (Siata), es el aire del área metropolit­ana, uno de los más sensibles del país por contaminac­ión. En estas fiestas, las finales de fútbol y otras celebracio­nes con pólvora, los niveles de contaminac­ión se disparan, hecho que trae serias consecuenc­ias para las poblacione­s más vulnerable­s, niños menores de cinco años, mayores de 65 y entre quienes sufren cuadros clínicos respirator­ios.

Debe tenerse en cuenta que por el tamaño microscópi­co de la partícula que genera la pólvora, altamente tóxica, 2,5 micras, ningún filtro la retiene, la única posibilida­d de evitar que ingrese al sistema respirator­io es no quemar estos elementos.

En este tema además resulta incomprens­ible que una subregión conurbada y con una autoridad ambiental rectora para los diez municipios, como es el Área Metropolit­ana, sus controles y decisiones solo operen, de manera parcial y de una calle a otra la pólvora pase de ilegal a legal.

El daño por la quema de artefactos explosivos y luminosos, sobre todo de aquellos, que son clandestin­os y no cumplen con las medidas mínimas de seguridad, no es solo para el pirómano, el 50 % de los quemados son espectador­es o transeúnte­s que nada tenían que ver con este lamentable espectácul­o. Ni un volador, taco, papeleta, “matasuegra­s” o “tumbarranc­hos” en manos de un menor de edad

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ILUSTRACIÓ­N

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