SOSPECHOSAS COINCIDENCIAS
Las guerras comerciales tienen consecuencias. Ante las incertidumbres y las amenazas arancelarias el consumo se resiente, los pedidos se posponen y las producciones se ralentizan. En consecuencia, los países más dependientes de las exportaciones de materias primas sufren y, en ausencia de otros sectores diversificados con los que contrarrestar estos menores ingresos, su desarrollo se paraliza.
En los primeros años de la década de 2000, Iberomérica creció a un promedio superior al 4%. Hasta 2013, el avance se redujo al 2,3%. Esta década dorada se tradujo en un fuerte avance de la clase media, que creció a un ritmo de más del 1% anual hasta 2012. El despegue del continente redujo la pobreza a un ritmo desconocido. A finales de los años noventa, unos 66 millones de latinoamericanos, el 14,7% de la población, padecía hambre. Tras la década dorada, dicho porcentaje disminuyó al 5%, reduciendo hasta 34 millones el número de afectados (teniendo en cuenta, además, que en dicho periodo la población aumentó en unos 130 millones). La riqueza generada por el auge de las materias primas sirvió para algo, pero la mayoría de los países de la región decidieron dedicar los mayores ingresos a subsidiar sus economías en lugar de invertir en educación, investigación y potenciar industrias más especializadas. En los años de Lula, Mujica, el «kirchnerismo», Ortega, Humala, Morales y Chávez, la bonanza se dilapidó y llenó estómagos agradecidos sin que realmente se hicieran reformas de calado para el futuro.
Y cuando el maná se agotó, llegaron los problemas. Entre 2011 y 2015, la caída de los precios de los metales y de la energía (petróleo, gas y carbón) fue casi del 50%, según la Cepal. Sólo en 2015, los productos energéticos se hundieron un 24 %, según el Foro Económico Mundial. El giro político no ha logrado revertir la situación porque los cimientos se levantan cuando los vientos son favorables, no en pleno huracán. Y ahora aquellos que no hicieron su trabajo agitan las banderas del descontento por todo el continente.
La Cepal ha dejado en solo un 0,1% el crecimiento promedio en 2019 para en América Latina y el Caribe. Para 2020, el avance mejorará al 1,4%, pero será el séptimo año consecutivo con alzas muy bajas. Según la Cepal, el PIB per cápita de la región se verá reducido en un 4% entre 2014-2019, lo que implica una caída promedio anual de -0,8%. Las economías suramericanas, las más dependientes del petróleo, minerales y alimentos caerán un 0,2% este año, el primer retroceso desde 2016. En 2020, se espera que el crecimiento de la región sea de 1,3%.
El castrochavismo, con la inestimable ayuda de rusos y chinos, ha visto en la ralentización económica un filón para agitar el árbol con la esperanza de recoger algunos apoyos que ya escasean, salvo los del sátrapa Ortega en Nicaragua y el regreso del peronismo más populista en Argentina. Sólo así se entiende el aluvión de revueltas que se extiende de forma más que sospechosa por doquier. Tras Ecuador, Chile y Bolivia ahora le toca el turno a Colombia, donde han muerto al menos tres personas, hay 341 policías heridos y se han deportado a unos 60 venezolanos por su infiltración en las protestas.
El malestar de los colombianos por la situación económica está justificado hasta cierto punto, pero no se puede imputar solo al Gobierno de Duque la ralentización. Es injusto y no favorece más que a los enemigos de Colombia, que pretenden desestabilizar el país a toda costa. Por fortuna, la inmensa mayoría de colombianos desaprueba los disturbios y saqueos que solo logran echar más gasolina al fuego. Justo lo que quieren los tiranos que forman el eje Putin, Maduro y Díaz-Canel