A LA ÚLTIMA MODA
Está bien que el Gobierno Nacional converse con las diversas fuerzas de opinión. No solo con las que salieron a protestar en forma pacífica y alegre, sino también con ese país silencioso, pensativo, que forja a diario nación con sus manos, con sus recursos y esfuerzos, sorteando toda clase de adversidades sin perder su optimismo para producir bienestar y ser útil a la sociedad. Ese país que construye mientras los alienados violentos destruyen.
Pero a esas charlas, con unos interlocutores ya definidos, con un temario ya escogido, con unos tiempos determinados para la discusión y para sacar conclusiones, hay que ponerles inteligencia, coraje y voluntad. Buena fe y ánimo sincero de reconstruir país. No acordar en una mesa lo que es imposible de lograr cuando las finanzas y los recursos fiscales no alcanzan. Desechar promesas utópicas que no se pueden realizar ni gobiernos ni gobernados. Poner los pies sobre tierra firme para hacer posible lo acordado. De lo contrario sería una frustración más para darle continuidad a la moda de las marchas diarias de protestas que amenizan con sartenes, pancartas ingeniosas o agresivas, y encapuchados que agreden a policías, quiebran vitrinas y negocios de las gentes más vulnerables de la sociedad colombiana. El libreto chileno, que entró sin pagar derechos de autor al bochinche nacional, debe ser enmendado del teatro colombiano.
A esas conclusiones salidas después de escuchar a los partidos democráticos, a las bancadas parlamentarias, a las asociaciones y gremios del capital y del trabajo, a las universidades y academias, a la sociedad civil, a las regiones y autoridades de todos los pelambres ideológicos, debe seguir el Acuerdo Nacional. Y este se logra convocando a todas las fuerzas vivas, sociales, políticas, jurídicas bien intencionadas, sin alma de terroristas, para alcanzar la unidad de propósitos en las diversidades.
Cocinado este pacto se empezaría a recobrar el tiempo perdido, originado en buena proporción por errores de cuatrienios anteriores. Por aquellos gobiernos que con indolencias y cobardías, contribuyeron a formar esta represa de insatisfacciones y desigualdades. Inequidades que no nacieron por generación espontánea y menos se acunaron desde la posesión de Duque, a quien ahora pretenden echarle el agua sucia y condenar a soportar las irresponsabilidades del pasado.
Hay muchas reformas por hacer. La judicial, la tributaria estructural. La laboral que genere empleo en los grandes contingentes de la juventud. La pensional, para acabar con las macrojubilaciones que impiden la igualdad y cobertura de quienes aspiran a gozar de un retiro digno y remunerado. La de la tenencia de la tierra que cubra con sus beneficios a aquellos que no solo han sido despojados de sus bienes por los violentos, sino a los que no tienen forma de acceder a ella para hacerlas productivas. La política, que le ponga punto final a las listas abiertas, foco de corrupción, de tráfico de influencias, de microempresas delincuenciales, que han desbaratado a los partidos políticos y los han convertido en milicias harapientas y miserabilistas.
Trabajo es lo que hay por hacer. Con energía y adecuadas medicinas sociales se podrá ir erradicando ese virus anarquizante que quiere contaminar las democracias latinoamericanas ■ PRINTED AND DISTRIBUTED BY PRESSREADER