El perdón y el ego
Una de las mayores dificultades a las que el ser humano se enfrenta a la hora de perdonar es la posible evaluación negativa que hace de sí mismo tras el acto del perdón. Perdonar pone al ser humano ante la disyuntiva de empobrecer su imagen al parecer débil y ceder poder, o ante la posibilidad de llenarse de un aire de superioridad y ver al otro débil y vulnerable. Perdón es un ejercicio cognitivo y moral en el que se ponen en juego los autoesquemas: autoimagen, autoconcepto y autocuidado. La pregunta por la autoimagen nos sitúa en el reto de cómo me proyecto frente al otro cuando lo perdono, cuando cedo en mi posición, cuando entiendo las razones de su acción, es un ejercicio enteramente heterónomo y en el cual estoy buscando aprobación. La pregunta por el autoconcepto es más ética, es un cuestionamiento profundo en el ser, nos taladra por dentro porque nos pide que nos definamos después del acto de perdón, que le respondamos al tribunal de la conciencia qué tan dañados quedamos tras perdonar, qué jirones del alma quedaron secretamente maltratados al reconciliarme con el otro. Perdonar es un acto de autocuidado, es una ponderación anticipada de las estrategias de afrontamiento con las que cuento para tolerar o asimilar el desborde de las relaciones con otro. Es responderme sensatamente la pregunta por las fuerzas que tengo y la capacidad de desgaste para seguir rumiando en el conflicto y al mismo tiempo la capacidad para construir nuevos horizontes. Hablar del perdón en el contexto colombiano es hablar de la construcción de la resiliencia, es aprender a vivir sanamente en el medio insano del dolor y el conflicto, es mostrar que el material del que estoy hecho resiste las presiones y encuentra en ellas posibilidades para resignificar la realidad. Perdonar es el encuentro de valientes: de los que asumen el peso de un error y de los que evalúan sus fuerzas para resignificar el error del otro y volverlo posibilidad de futuro y de esperanza ■