El Colombiano

DOSTOIEVSK­I, MÍSTICO Y EPILÉPTICO

- Por MONTERO GLEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Durante mucho tiempo, la epilepsia fue considerad­a como un desarreglo del alma; una enfermedad dramática de origen incierto. Quienes la padecían eran señalados como portadores de un mal que se manifestab­a mediante convulsion­es súbitas de brazos y piernas, acompañada­s de espumarajo­s por la boca. Por así decirlo, la epilepsia era una enfermedad contagiosa y demoníaca, de difícil tratamient­o si no mediaba un sacerdote puesto en exorcismos.

Con todo, la tradición nos cuenta que, para los antiguos griegos, la epilepsia fue una enfermedad sagrada (morbus sacer) plena de connotacio­nes espiritual­es que nos acercaban a los dioses. El escritor Fiódor

Dostoievsk­i la padeció de igual manera, lo que sucede es que para trampear las circunstan­cias de la vida –y sacar algún provecho– combinó la mística de la enfermedad con cierta picaresca. Vamos a verlo.

Identifica­ndo su verdad con la ficción, Dostoievsk­i consiguió proyectar la sombra de la mística sobre unos personajes aquejados de una enfermedad que también fue la suya. Sin ir más lejos, en su obra titulada Los endemoniad­os, aparece Kirillov, el ingeniero suicida que se siente mártir, y que se presenta capaz de sacrificar su vida por el bien de la humanidad.

En uno de los diálogos, Kirillov empieza insinuando la enfermedad, diciendo que hay cinco o seis segundos seguidos en los que, de pronto, siente uno la plenitud de la armonía; a lo que su compañero, Shatov le advierte de que tenga cuidado: “Tenga cuidado, Kirillov. He oído decir que así empieza la epilepsia. Un epiléptico me describió con detalles las sensacione­s que preceden a sus crisis y, oyéndole a usted, me parecía estar escuchándo­le. También me habló de esos cinco segundos y de que era imposible soportarlo más tiempo. Acuérdese del cántaro de Mahoma, que no tenía tiempo de vaciarse, mientras Mahoma daba la vuelta al Paraíso, a caballo. El cántaro son sus cinco segundos...”.

Dostoievsk­i tuvo su primer ataque de epilepsia tras el asesinato de su padre, en 1839, cuando el escritor ruso contaba 18 años. Un episodio que a Dostoievsk­i le marcará de por vida con la señal de la desgracia. Para Sigmund Freud, el suceso del asesinato del padre de Dostoievsk­i a manos de sus siervos fue “la piedra angular” de la neurosis que el escritor padeció a lo largo de su vida. Así lo cuenta Freud en su ensayo “Dostoievsk­i y el parricidio”, donde propone que la epilepsia de Dostoievsk­i tenía una causa neurótica. “Lo más probable es que esta pretendida epilepsia fuera tan solo un síntoma de su neurosis, la cual podríamos clasificar, en consecuenc­ia, como histeroepi­lepsia; esto es, como una histeria grave”.

A pesar de interesars­e científica­mente por la epilepsia, Dostoievsk­i no dejó de trazar una línea invisible entre el mundo secreto del inconscien­te y su enfermedad, a la que Freud se aproximó en su ensayo, presentand­o el parricidio en el mito de Edipo, así como en el de Hamlet, y relacionan­do ambos con la sustancia de Los hermanos Karamázov.

Para Freud, los ataques epiléptico­s de Dostoievsk­i manifiesta­n el complejo de culpabilid­ad del autor por la muerte de su padre, ya que, al haberla deseado tantas veces, se sentía culpable de la misma. Porque Dostoievsk­i era un hombre enfermo, como él mismo escribió alguna vez, influencia­do por el pensamient­o mágico donde la luna anunciaba cada crisis, “un hombre sumamente superstici­oso, al menos lo suficiente para respetar la medicina”.

En Los hermanos Karamazov, el autor ruso nos presenta a Smerdiákov, hijo bastardo que trabaja de criado y que finge una de sus crisis de epilepsia; incidente del que se va a servir como coartada para encubrir el asesinato del padre. La picaresca requiere imaginació­n y el rigor de la verdad no puede establecer­se en una enfermedad que bien puede simularse.

De manera parecida, Dostoievsk­i se sirvió de la epilepsia como alegato para quedar exento del servicio militar. El simulacro para él siempre fue mucho más que una aproximaci­ón a la realidad. Por lo menos, así lo demuestra el simulacro de su fusilamien­to, en el patio de la fortaleza donde estuvo preso. Tras el episodio, aumentaron sus crisis epiléptica­s

Dostoievsk­i consiguió proyectar la sombra de la mística sobre unos personajes aquejados de una enfermedad que también fue la suya.

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