EDITORIAL
La extendieron dos días más y al final no pudo haber acuerdo. A pesar de las evidencias y alertas científicas, hay razones políticas de algunos Estados que los llevan a bloquear medidas vitales.
“La extendieron dos días más y al final no pudo haber acuerdo. A pesar de las evidencias y alertas científicas, hay razones políticas de algunos Estados que los llevan a bloquear medidas vitales”.
El domingo pasado, después de más de dos semanas de reuniones, terminó en Madrid la Cumbre del Clima, vigésima quinta conferencia de las Naciones Unidas (COP25), que definitivamente no estuvo a la altura de la emergencia climática. Los 196 países que estuvieron presentes solo pudieron lograr un consenso mínimo, sin tocar los puntos de fondo, por la reticencia a abordarlos por parte de ciertos Estados.
En efecto, al finalizar el encuentro los países no se pudieron poner de acuerdo sobre las reglas del mercado internacional de carbono. El objetivo de la Cumbre era asegurar los medios necesarios para lograr que se respete el límite a 2 grados centígrados del aumento de la temperatura mundial en relación con los niveles preindustriales, firmado en la COP21 de París en 2015, el famoso capítulo 6. Ese último capítulo busca regular la transformación del sistema instaurado en 1997 por los acuerdos de Kyoto. En los protocolos convenidos en esa ciudad se creaba un mercado de emisión de CO2, por medio del cual los países que menos polucionan pueden revender sus cuotas a aquellos que emiten más.
El tiempo no da espera, pero algunos países quieren ir más despacio que otros, lo que llevó a un claro desencuentro para avanzar en ese frente. No pudo llegarse a un acuerdo porque grandes países emisores de gases que producen el efecto invernadero no mostraron la voluntad de actuar mejor y más pronto contra el calentamiento global que se ha visto amplificado recientemente por tempestades, canícula e inundaciones.
China, India, Brasil y Arabia Saudita, economías en pleno despegue, abogaron hasta el final por la doble contabilidad de los créditos de carbono. El problema es que una disposición de ese tipo lleva a contar dos veces las reducciones de emisión: una vez del lado del país vendedor de crédito y otra del lado del comprador. Las reducciones tomadas así son más importantes en el papel que en la realidad.
El otro punto de discordia se refiere a los créditos de carbono que dejó el mecanismo de Kyoto. Nuevamente China, India y Brasil, fijaron una dura posición al respecto. Esos países que poseen un 60 % de dichos créditos, no quieren perderlos con las nuevas reglas que se quieren fijar. Del lado de Europa, se desea vigilar la reposición de los créditos en el nuevo mercado de carbono.
Lo que el mundo está viendo es la diferencia que existe entre los dirigentes de algunas naciones, con las peticiones de los ciudadanos en la calle y la urgencia que muestra la ciencia. Entretanto, y solo para dar dos ejemplos, en Rusia se está fundiendo el permafrost, el suelo congelado eternamente, con graves consecuencias sobre la infraestructura vial, puertos y comunicaciones de ese país. Así mismo, el aumento del nivel del mar está erosionando las playas en varios lugares (Gran Bretaña, entre otros).
En Madrid se perdió un tiempo valioso. La próxima Cumbre será en Glasgow en 2020 y la humanidad no puede permitirse otro fracaso. Algunos países están tomando medidas locales, que no sobran, tal es el caso de los planes de reforestación de Los Ángeles, la relocalización de la fauna salvaje amenazada en Zimbabue o el impuesto al carbono en Canadá. Todas iniciativas loables pero insuficientes. Se requiere imperativamente un esfuerzo mancomunado, una iniciativa multilateral. Las generaciones más jóvenes son las que tienen que lograr ese mundo, porque en él habrán de sobrevivir