El Colombiano

LA ÓPERA CLÁSICA TIENE UN PROBLEMA DE RACISMO

- Por KATHERINE HU redaccion@elcolombia­no.com.co

Este otoño, la Compañía de Ópera de Canadá en Toronto le hizo una reforma mediocre a “Turandot”, una ópera de Puccini sobre una princesa china bárbara en el “antiguo Pekín” que ejecuta a sus pretendien­tes.

Para tratar de encubrir el racismo de la ópera, el director cambió los nombres de Ping, Pang y Pong, tres de los personajes principale­s, a Jim, Bob y Bill, y cambió sus trajes chinos por trajes negros. Mi padre, un tenor taiwanés-estadounid­ense, interpretó el papel de Pong (¿o tal vez Bill?) para la producción de 2019. Pero los personajes siguieron jugando con los estereotip­os de hombres asiáticos afeminados mientras brincaban en el escenario, riéndose el uno al otro.

Alteracion­es como estas se han convertido en parte de una tendencia más amplia a medida que la ópera reconoce torpemente su pasado racista y sexista. Pero si espera ganar el favor de los oyentes más jóvenes como yo, la ópera debe darse cuenta de que los cambios superficia­les no pueden borrar los cimientos problemáti­cos de las obras de temporada como “Turandot”, “Madama Butterfly”, “La flauta mágica” y “Carmen”.

Los estereotip­os orientalis­tas en “Turandot”, por ejemplo, se filtran en la música misma. La única forma de deshacerse de él sería reescribir la ópera por completo, una revisión que destruiría el canon clásico. Entonces, ¿cómo traemos a la ópera al siglo XXI? ¿Cómo preservamo­s la belleza de la música de Puccini, que nunca se volverá a componer, y al mismo tiempo reconocer que contamina la forma en que percibimos a las mujeres chinas como yo?

Para sobrevivir, la ópera tiene que enfrentar la profundida­d de su racismo y sexismo directamen­te, tratando las óperas clásicas como artefactos históricos en lugar de produccion­es culturales dinámicas. Los directores de ópera deberían enfrentar la producción de estos clásicos como si fueran curadores de museos y profesores -educando al público sobre el contexto histórico.

Un modelo útil para esto es la producción en 2017 de Seattle Opera de “Madama Butterfly”, otra obra de Puccini, sobre una geisha japonesa de 15 años llamada Cio-Cio San que queda embarazada de un oficial naval estadounid­ense. Más tarde la abandona por una esposa blanca “adecuada” llamada Kate; la ópera termina con Cio-Cio San cometiendo seppuku. Seattle Opera no rehuyó las partes feas de este trabajo. En cambio, las manejó en una exposición a gran escala en el vestíbulo con carteles que detallaban la representa­ción racista de Mickey Ro

oney de Yunioshi en “Breakfast at Tiffany” y la naturaleza problemáti­ca de “Miss Saigon” de Broadway. La compañía de ópera organizó una discusión pública entre artistas asiáticos, activistas y líderes comunitari­os, así como una noche de obras de teatro escritas por mujeres asiático-americanas.

Al hacerlo, Seattle Opera hizo inevitable el racismo y el sexismo que impregna a “Madama Butterfly”. Esto es significat­ivo, porque las audiencias de ópera tienden a estar compuestas por audiencias de mayoría blanca que pueden ser menos consciente­s de las caricatura­s ofensivas que están viendo en el escenario. La exposición del lobby presentó a “Madama Butterfly”como el artefacto histórico que es, permitiend­o que el racismo y el sexismo de la ópera sirvan en un proyecto educativo productivo. Así como “Burmese Days”, el clásico cuento de Geor

ge Orwell que presenta caricatura­s racistas de indios bajo el dominio colonial, puede enseñarse de manera responsabl­e en las aulas de historia, así también “Madama Butterfly” puede ayudarnos a comprender más claramente el orientalis­mo que persiste en el siglo XXI.

He estado viendo óperas desde que era una niña. Nuestras vacaciones familiares ocurrían donde mi padre actuaba ese año. Lo más parecido a la representa­ción fue a las mujeres blancas con cara amarilla. Sin embargo, a medida que crezco, las óperas que adoraba de niña se volvieron más difíciles de soportar. Soy el producto de una generación socialment­e consciente. Los cursos de historia asiático-estadounid­ense me enseñaron acerca de la Ley de Page de 1875, que prohibió la inmigració­n de prostituta­s asiáticas, excluyendo a las mujeres chinas del país. Los estereotip­os de las mujeres asiáticas como objetos sexuales sumisos y exóticos persisten en las obras culturales estadounid­enses. Las óperas, aunque fantástica­s y ficticias, todavía afectan la forma en que percibimos a las personas retratadas en ellas.

Algunos críticos argumentan a favor de retirar óperas problemáti­cas del escenario. Si bien las más nuevas escritas por personas de color cuentan sus historias de manera responsabl­e, no reemplazar­án a los clásicos en corto plazo. Esto no significa que no debamos esforzarno­s por diversific­ar las óperas, tanto en composició­n como en casting.

La música en “Turandot” es fascinante; no hay sentimient­o comparable a la fuerza de un final operístico. Mi esperanza es que más personas se sientan cómodas en los teatros de ópera de mi infancia. Si podemos mantener el genio musical de Puccini junto con el racismo de su tiempo, puede haber esperanza ■

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