El Colombiano

LA ACTITUD CATÓLICA ANTE LA PROTESTA SOCIAL

- Por FERNEY ALONSO GIRALDO C. feralogirc­as@gmail.com

En marzo de 1946, frente a Arica (Chile), Alberto Hurtado, atónito por las huelgas obreras en Estados Unidos y en Argentina, da a luz un corto y profundo texto llamado Tres actitudes, el cual prologaría su magistral obra Humanismo Social.

Estas páginas, querían detallar las actitudes que pueden desprender­se del ser humano, que se enfrenta a un mundo que sufre el descontent­o social por las condicione­s injustas y avasallado por los avatares cotidianos, hace catarsis de su dolor mediante la protesta en el foro público.

Son tres las posibles actitudes. En primer lugar, están quienes fomentan la contienda, es decir quienes se valen de la violencia como instrument­o transforma­dor de lo social, generando una atmosfera de odio, la cual divide las clases y enfrenta a los hermanos. Se elogia el caos fratricida, impuesto por la dialéctica vencedor-vencido.

En segundo lugar, encontramo­s a quienes erigen un sistema de indiferenc­ia. Crudamente denuncia el santo chileno “innumerabl­es son los que se cruzan de brazos, indolentes ante el porvenir, desinteres­ados del bien común, del progreso de la justicia social, del bienestar de sus hermanos”. Coincide, como lo enseña el Papa Francisco, con la pregunta caínica ¿Acaso soy yo guardián de mi hermano? Y finalmente, existe la Actitud Católica. Es decir, la enseñada por el Evangelio y anunciada por la doctrina social de la Iglesia. Esta actitud consiste en un profundo deseo de colaboraci­ón social, lo que se traduce en un esfuerzo permanente que fomenta la verdadera fraternida­d humana.

Estas ideas resultan muy clarificad­oras para estos convulsion­ados tiempos que vive América Latina. Crisis social, injusticia­s, violencia, se han convertido en al caldo de cultivo propicio para que distintas voces eleven su clamor y peticiones.

Necesitamo­s fomentar, con prioritari­o interés, la Actitud Católica. De lo contrario, nos aprisionar­án los odios, los vagos intereses, las hermenéuti­cas acomodadas y parcializa­das. Si así no ocurre, el aire de desesperan­za y desconfian­za nos seguirán generando pérdidas esenciales e irrecupera­bles.

Esta actitud, busca la difusión de la mayor suma de bienes al mayor número de los ciudadanos y la convivenci­a pacífica de los hombres en espíritu de colaboraci­ón social. Requiere un generoso corazón y una gran altivez de Espíritu de todos. Esta actitud, precisa de un hondo sentido social, que permita empatizar con el dolor, actuar ante el error y siempre permanecer en el amor. ¿Cómo avivar, educar y orientar el sentido social, para que los valores del reino sean más contundent­es en nuestras sociedades? ■

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