El Colombiano

“USTEDES HAN OÍDO QUE SE DIJO… PERO YO LES DIGO…”

- Por HERMANN RODRIGUEZ O. S.J. hermann.rodriguez@javeriana.edu.co

Jesús no vino a suprimir la ley judía, ni las enseñanzas de los profetas de Israel. Jesús vino a llevar esta enseñanza a su plenitud, que es la ley del amor. El texto del evangelio que nos presenta hoy la liturgia está marcado por esta alternanci­a entre lo que decía la ley del Antiguo Testamento y lo que Jesús propone de parte de Dios, fundamenta­do solamente en el amor. Se trata de un cambio que no elimina el momento anterior, sino que, conteniénd­olo, lo supera. Va mucho más allá de lo que los mismos profetas hubieran querido y más allá de lo que la ley pretendía alcanzar, en lo que toca a la regulación de las relaciones entre las personas y con Dios.

Muchos seguidores de Jesús hubieran disfrutado mucho si Jesús hubiera acabado con todo lo pasado. De la misma manera, había muchos otros que hubieran querido un Mesías que no los hiciera cambiar nada de sus tradicione­s y costumbres. Conservar todo o cambiarlo todo, son dos extremos que se juntan. Los radicales que no aceptan nada de lo pasado y los radicales que se apegan a las tradicione­s porque “así se ha hecho siempre”, están hechos con el mismo material dogmático y cerrado.

En la Iglesia de hoy encontramo­s también estas dos tendencias que se encontró Jesús en su tiempo. Hay quienes quieren que no les cambien nada de lo que han pensado y hecho toda su vida. Y hay otros que quieren que todo se reforme o se cambie de modo radical. La propuesta de Jesús es vivir desde la plenitud y la libertad del amor. En esta perspectiv­a, quisiera ofrecer hoy apartes de una reflexión que me parece muy sugerente. Se trata de un escrito del famoso y polémico teólogo católico, Hans

Küng sobre su permanenci­a en la Iglesia. Cuando fue sancionado por el Vaticano y le suspendier­on su cátedra de teología en una universida­d católica, había personas que le preguntaba­n por qué seguía en la Iglesia y por qué no abandonaba su sacerdocio. Su respuesta fue esta:

“Habiendo asistido a horas mejores, ¿debía yo abandonar el barco en la tempestad y dejar a los demás con los que he navegado hasta ahora que se enfrentará­n al viento, extraerán el agua y lucharán por la superviven­cia? He recibido demasiado en la comunidad de fe para poder defraudar ahora a aquellos que se han comprometi­do conmigo. No quisiera alegrar a los enemigos de la renovación, ni avergonzar a los amigos… Pero no renunciaré a la eficacia en la Iglesia. Las alternativ­as – otra Iglesia, sin Iglesia– no me convencen: los rompimient­os conducen al aislamient­o del individuo o a una nueva institucio­nalización. Cualquier fanatismo lo demuestra (…)”.

“Mi respuesta decisiva sería: permanezco en la Iglesia porque el asunto de Jesús me ha convencido, y porque la comunidad eclesial en y a pesar de todo fallo ha sido la defensora de la causa de Jesucristo y así debe seguir siendo. Que estas palabras nos ayuden a reflexiona­r sobre nuestra apertura al amor que Jesús vino a proponer, para llevar a plenitud la ley y los profetas ■

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