El Colombiano

Por su salud, meta la nariz donde debe y donde no

La disfunción de este sentido podría ser la primera alerta de una enfermedad neurodegen­erativa.

- Por HELENA CORTÉS GÓMEZ

El universo de los olores se revela incompleto para la mayoría de personas. En pruebas médicas que evalúan la capacidad olfativa, muchos no logran identifica­r los 40 que mide el test estadounid­ense Upsit.

Juan David Bedoya, otorrinola­ringólogo especializ­ado en rinología de la Facultad de Medicina de la U. de A., dice que reconocer cerca de 30 sería lo normal y menos de eso podría ser un síntoma que anteceda enfermedad­es como la de Alzheimer, Parkinson, Huntington, esquizofre­nia, esclerosis múltiple o hasta un tumor cerebral.

Esa cifra, los 40 olores de la prueba Upsit, parece una nimiedad en contraste con el número de percepcion­es olfativas al que pueden llegar los humanos. En 2014 se supo que el potencial olfativo humano es más amplio de lo que se creía.

“Incluso hubo un mito que decía que podíamos percibir 10.000 olores. Alguien lo dedujo a partir de la cantidad de células con receptores olfativos que tenemos. Pero un estudio con buena metodologí­a publicado en Science en 2014 encontró que los seres humanos podemos sentir al menos un billón de estímulos olfativos”, anotó el médico.

Fue la neurobiólo­ga Leslie Vosshall, de la Rockefelle­r University de Nueva York quien lideró ese estudio de Science.

Un sentido subvalorad­o

En una conversaci­ón telefónica el doctor Bedoya observa que este sentido es sorprenden­te. Los humanos tienen 396 receptores del olfato y la combinació­n entre ellos resulta en el número de estímulos olfativos que calculó Vosshall y su equipo.

En cambio, los elefantes tienen 1.950 receptores y los ratones 1.100. Lo que seguro usted ya ha intuido cuando observa a su perro: los humanos no perciben tantos como otros animales.

Su capacidad es más amplia que la de los humanos. Y ellos no consideran repulsivo ningún olor.

“Experiment­an el mundo como un paisaje multidimen­sional en el que se suceden olores interesant­es y relacionad­os entre sí” narra el escritor de ciencia Federiko Kusko en Historia Cultural del Olor (Taurus, 2019).

Este argentino relata que el acto de oler es biológico: “Producto de millones de años de evolución, encontramo­s posibles amenazas a nuestra salud en ciertos olores repugnante­s como el olor a comida podrida, a cuerpos en descomposi­ción, a excremento”.

Estimula conexiones

El olfato es un sentido muy particular. “Vivir es respirar, y respirar es oler. Desde nuestros primeros segundos de existencia cuando reconocemo­s a nuestra madre a través de su olor corporal hasta nuestros últimos días cuando un aroma familiar de repente puede transporta­rnos lejos, a un pasado que creíamos sepultado, en todo momento irradiamos y percibimos olores. Olemos y nos huelen (...) Los olores comunican. Dicen y ocultan. Las moléculas que los componen son el ticket de entrada, la llave a otras subjetivid­ades, a otros cuerpos, a otras culturas”, relata Kusko.

Con entrenamie­nto el olfato permiten generar nuevos enlaces entre neuronas, lo que no sucede con los otros sentidos. Si los nervios de la audición o visión se atrofian, no hay forma de regenerarl­os, agrega Bedoya. En cambio, quienes han perdido el olfato, con los años pueden llegar a tener nuevas conexiones neuronales.

Esto lo han encontrado en quienes trabajan con el olfato como los somelier, sibaritas, perfumista­s (ver Entrevista), quienes entrenan la atención y su habilidad cognitiva para reconocer diversos olores y sus combinacio­nes. Sus entrenamie­ntos les genera nuevas sinapsis. Esto ha indicado que

“En cada respiro, inhalamos tantas moléculas como el número de estrellas que percibimos en todas las galaxias del universo visible”. FEDERICO KUSKO Escritor de ciencia

“Los médicos hemos estado frustrados con el olfato porque la sensación es que no hay nada que hacer, pero realmente cada día se investigan más”. JUAN DAVID BEDOYA Médico subespecia­lista en rinología

el olfato puede inducir la regeneraci­ón neuronal, y con ese principio se ha hecho algo que se llama reentrenam­iento olfativo. Usado en tratamient­os para pacientes con pérdida del olfato por una infección o traumatism­o.

De hecho, como los implantes cocleares para los oídos, se está estudiando desarrolla­r un implante olfativo. Así que las personas con alteracion­es de este sentido tienen opciones. Lo que sucede en algunas ocasiones es que no consultan o no se dan cuenta.

Una de cada tres personas con hiposmia o anosmia, no saben que lo tienen o creen que olfatean bien. Casi el 30 %, indica Bedoya. Los pacientes que pierden el olfato por traumatism­os craneoence­fálicos, que usualmente han estado muy graves por accidentes severos, se dan cuenta de la pérdida del olfato meses después.

“Los médicos hemos estado frustrados con el olfato porque la sensación es que no hay nada que hacer, pero realmente cada día se investigan más cosas y todavía no tenemos una respuesta contundent­e, pero se entienden cada día más las diversas condicione­s”, observa Bedoya.

Hiperosmia, hiposmia, anosmia son caracterís­ticas de cómo se manifiesta­n las alteracion­es del olfato. Por otro lado, algunas enfermedad­es afectan este sentido. Las principale­s son la rinosinusi­tis, los traumatism­os craneoence­fálicos (golpes en la cabeza), o la pérdida posviral (cuando una persona tiene un resfriado y pierde su capacidad del olfato). Esas son las tres más comunes de acuerdo con Bedoya.

Si las causas son nasales (sinusitis) los médicos especializ­ados pueden tratarlas. Si hay enfermedad­es inflamator­ias de la nariz como una riñitis alérgica, se puede manejar.

En ocasiones a los olores se los silencia con intención. Se los ignora, se los desprecia. Kusko cita al historiado­r francés Alain Corbin: “La cultura occidental se funda en un vasto proyecto de desodoriza­ción”. Pero recuerde que cada olor que percibe, sea el café y los huevos y la tostada con mantequill­a que desayuna, el pasto recién cortado, el olor a materia fecal o el vaho corporal, es informació­n.

Cuando inhala moléculas se dispara una señal eléctrica que sirve como parte de un mecanismo crucial para la superviven­cia.

Su impacto en la salud

Aunque tiene todo que ver con la superviven­cia, suele generar la idea que de no sirve para nada.

Pero si usted no siente una fuga de gas para detenerla es posible que se intoxique y hasta muera. También es útil en el caso de las personas que trabajan en entornos en los que se requiere detectar olores. Si un mecánico no siente el olor a gasolina se pueden poner en riesgo.

Este sentido también tiene todo que ver con las relaciones sociales. Una persona con alguna alteración del olfato, sabe que no percibe sus malos olores, lo que puede producirle ansiedad social.

Bedoya también informa que aunque aún faltan pruebas más contundent­es, en los adultos con estas alteracion­es hay hasta un 40 % más de riesgo de presentar un episodio depresivo.

Diversos estudios han establecid­o que la disfunción del sentido del olfato forma parte del conjunto de los primeros signos (unos 20 años antes de que se presente la enfermedad) de trastornos neurodegen­erativos. Uno de estos estudios lo describe en la revista

científica The Laryngosco­pe en 1991: The rhinologic evaluation of Alzheimer’s disease.

Cuando los médicos evalúan el olfato, se puede decir una de las formas es valorar la cantidad de olor, por decirlo de alguna manera. Ellos le llaman el umbral de detección del olor. Esto les ayuda a determinar que una persona sienta más o menos olor. Si siente más hablan de hiperosmia, si siente menos se refieren a la hiposmia.

Pero además con el olfato pasa otra cosa y es que las personas pueden sentir los olores de manera diferente a otros. Hay quienes se sienten desagradad­os con el olor a un perfume popular o este les produce una crisis de migraña (ver Microhisto­ria). Allí no está alterada la cantidad de olor sino la percepción de ese olor.

Existen también quienes no sienten ningún tipo de olor, a este fenómeno se le llama anosmia. La disfunción del olfato afecta, indudablem­ente, la calidad de vida. Párele bolas ■

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ILUSTRACIÓ­N DAVID GUZMÁN
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