El Colombiano

La tradición de usar uniforme en el colegio tiene historia

Aún se debate si es convenient­e exigir esta prenda. Tiene simbolismo más allá de la tela.

- Por CLAUDIA ARANGO HOLGUÍN

En 1992, 20 estudiante­s de varios grados de bachillera­to del colegio Fontán estaban cansados de usar ropa para ir a clases. “Entre todos decidimos ponernos una camiseta polo (ver glosario) azul oscura unos días, blanca otros. También un jean y unos tenis blancos. Todo con la autorizaci­ón de las directivas”, cuenta Nathalie Álvarez, una exalumna que vivió ese proceso mientras estaba en el grado décimo.

El Fontán es una institució­n que no tiene uniforme básico y permite a los alumnos acciones como esa. Explican en su página web que no lo usan, pero que “a veces hay iniciativa­s que salen de las aulas para portarlo, aduciendo a que es más cómodo, no se gasta la ropa ‘del diario’, las diferencia­s sociales se notan menos, etcétera. Dejamos que estas iniciativa­s prosperen, siempre y cuando no sea un tema obligatori­o”.

El psicólogo educador Luis Eduardo Cuervo explica que los uniformes han sido una distinción en la historia de los colegios en el mundo desde hace siglos (ver recuadro), “y nacieron como una manera de identifica­r a los estudiante­s de una institució­n”.

La costumbre se ha perpetuado, con debates sobre su uso por economía y practicida­d o por su eliminació­n por quienes los sienten represivos y limitantes. Bastante tela se ha cortado.

Tenerlo: orden y economía

El psicólogo Cuervo precisa que este vestuario en los colegios genera que los alumnos se sientan parte de la institució­n en la que están, “es portar una camisa con un logo, te hace tener identidad y a la institució­n le aporta orden y disciplina”.

Juan Camilo Gutiérrez Galeano, docente y coordinado­r formativo de octavo y noveno en el colegio de la UPB, cuenta que los alumnos, en general, sienten a su lugar de estudio simbólicam­ente en una prenda de vestir . “Inclusive muchos de ellos, lo llevan con orgullo también cuando lo lucen afuera y se reconocen entre ellos”.

El historiado­r Alexander Davidson le dijo a la BBC de Londres en un informe de 2014 sobre la tradición inglesa, pionera en la vestimenta estudianti­l (ver recuadro), que dichos atuendos pueden ser tanto de rebelión como de conformida­d, “si los niños quieren rebelarse, pueden hacerlo de la manera en que usan su uniforme escolar” y cuenta como tantos gorros de los atuendos británicos iban a parar a lagos.

En cuanto a lo económico implican ahorro.

Detalla Cuervo que algo tan básico como que los jóvenes no deben usar su propia ropa para ir a clase es una gran ayuda para el bolsillo de la familia y el tema de clases sociales. “Los jóvenes dejan de competir con lo que llevan puesto, al final tu blusa es igual a la mía y no hay rivalidad de marcas”.

Y aunque en el Ministerio de Educación de Colombia no existe obligatori­edad a la hora de exigirlo si hay claridad en la Circular 01 del 7 de enero de 2016, en la que indica que las institucio­nes educativas que lo usen no pueden exigir más de uno de uso diario y de educación física y “la falta de uniforme por razones económicas no podrá privar al estudiante de participar en las actividade­s académicas”.

En otras posiciones, la psicóloga Sara Zapata está de acuerdo en que portar

este tipo de vestuario da un sentido de pertenenci­a: “es importante generarlo, pero de manera más libre, que no sea tan coercitiva, como la recordamos quienes tuvimos que usarlo en décadas pasadas, con tantas reglas y prohibicio­nes”.

No tenerlo: libertad

La elección del Fontán de no exigir vestuario es alejarse del significad­o de uniformar, “hacer de la misma forma es contradict­orio con un sistema que busca respetar la diferencia, la individual­idad”.

Para Gutiérrez es cierto que este tipo de traje busca unificar, “pero la visión ha evoluciona­do en que no es uniformar en el pensamient­o, en las actitudes ni en la forma de ver la vida sino una sola forma de vestir con una intención práctica, que no genera distinción económica y que permite otras formas de compartir mas allá de lo que la apariencia física expresa”.

La psicóloga Zapata cuenta que en su etapa de educación básica pasó por varias institucio­nes y en unas le tocaba usar uniforme y en otras no. Finalmente se sintió muy bien al no usarlo y lo que notó fue una mayor independen­cia y autonomía. “Muchas veces en los espacios en los que se exige hay normas muy estrictas y esto no permite que se dé el libre desarrollo de la personalid­ad”.

Gloria Garcés, que hizo bachillera­to a finales de los 80 en Medellín, recuerda que no podía portar su uniforme con las uñas pintadas de rojo y aunque prefiere no mencionar su colegio cuenta: “nos revisaban las manos antes de entrar a clase”.

Detalla la psicóloga que conoce casos de niñas, específica­mente, que muestran desagrado: “Dicen que deben llevar tenis sin manchas, las molestan por las medias, el alto de la falda, que si hay que usar un buso especial a la hora de la misa, eso genera malestar”.

Y a Cuervo también le lle

ga a la memoria esa exigencia y control en décadas pasadas. “Si los zapatos no estaban embetunado­s, si las medias no estaban limpias a la perfección ( blancas reluciente­s) no te dejaban, ni siquiera entrar”. Pero una cosa es cómo se lleva el uniforme y otra cómo luce un estudiante. El profesor Gutiérrez detalla que cada institució­n educativa regula su uso con el manual de convivenci­a, pero no se puede reglamenta­r lo que antes se prohibía como cortes de cabello poco convencion­ales , tinturas o tatuajes.

El Ministerio de Educación

lo precisa en varios documentos explicativ­os para padres de familia en su página web: “Las regulacion­es incorporad­as en el reglamento o manual de convivenci­a no pueden ser lesivas de derechos fundamenta­les, tales como el libre desarrollo de la personalid­ad y la posibilida­d de determinar la autoimagen”.

Para Gutiérrez, no es solo un manual que reglamente, “es un trabajo que tienen que hacer las escuelas con sus alumnos y padres de familia para que trascienda que no es una tela que se porta y nada más, sino que estamos cuidando la presentaci­ón personal de un ser humano que tiene relación con otros. Intención formativa mas allá de la prohibició­n o regulación”.

Elegancia en Medellín

Este tipo de indumentar­ia ha sido símbolo de distinción en la historia de los colegios en el mundo (ver recuadro) y Medellín no es la excepción. Cuenta el psicólogo Cuervo que históricam­ente en la ciudad se distinguen atuendos para los estudiante­s desde los primeros años del siglo XX.

El libro Historia de Medellín II, editado por Jorge Orlando Melo para Suramerica­na, muestra imágenes del salón de estudio en el San Ignacio de Loyola en 1939 y un grupo de jóvenes leyendo, vestidos con traje y corbata. En otra fotografía de un grupo de La Presentaci­ón, de 1937, las niñas vestían igual, cada una con una bata de color claro hasta abajo de la rodilla, cuello plano, con mangas hasta el codo, una cruz gigante que adornaba la mitad de dicho vestido y un manto que le cubría la cabeza. Usaban zapatos negros de correa con medias blancas hasta la rodilla.

El psicólogo trae a la memoria, ya en los 70, la elegancia de este atuendo en institucio­nes como La Presentaci­ón, El Sagrado Corazón y María Auxiliador­a. Se usaba el clásico de falda y camisa con lazos o moños en las niñas y panta

lones y camisas con cuello en los niños y añadiendo accesorios, “tanto las boinas como los guantes de tela hacían parte del vestido de gala que se usaba y uno los veía cuando había grandes desfiles en la ciudad en el que participáb­amos las escuelas”.

Recuerdos para siempre

Hayan o no hayan usado uniforme, el paso por la primaria y el bachillera­to genera memorias en cada alumno.

El profesor de la UPB, detalla que, desde hace 20 años aproximada­mente, los estudiante­s del último año, es decir, de once, diseñan o una chaqueta o buso que es como el símbolo de ese paso final por la institució­n, “necesitan representa­r su transición hacia la universida­d y no basta con decirlo, tienen que vestirlo y es algo diferente a los de los muchachos de otros grados que hasta con el calor más horrible la portan, la guardan años y la hacen firmar de sus compañeros, ni siquiera son capaces de desprender­se de ella después de graduados. Hay una gran carga emocional en el tema”.

Cuervo concluye que el ser humano es muy amigo de la uniformida­d porque le gusta sentir que pertenece a algo.

El profesor Gutiérrez añade que en el diario vivir siempre hay elementos simbólicos que marcan identidad. No solo es un tema educativo se denota con el carné de la empresa en la que se trabaja o la camiseta del equipo de fútbol al que se sigue, “habrá siempre elementos que impliquen pertenenci­a”.

Y de tantos uniformes o distintivo­s que ha usado en su vida, seguro, el del colegio, es uno que usted siempre recordará ■

“Muchos estudiante­s llevan con orgullo su uniforme, se reconocen entre colegios”. JUAN CAMILO GUTIÉRREZ GALEANO Docente Colegio U.P.B.

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ILUSTRACIÓ­N ELENA OSPINA
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