El Colombiano

PONER LA OTRA MEJILLA

- Por HUMBERTO MONTERO hmontero@larazon.es

En una coqueta iglesia católica de la zona noble de Manhattan, hará unos años, andaba uno deambuland­o cuando llegó la hora de celebrar la Misa. Pese a mi desmañado inglés, decidí quedarme a cumplir con el precepto, como Dios manda. En esas, al llegar el saludo de paz, tras dar la mano a cuantos me rodeaban, me giré para proseguir y me di de bruces con un morlaco de mucho cuidado. Un bigardo de metro noventa con unos bíceps hercúleos de mármol tallado y unas manos que ni el martillo de Thor. Le tendí la mano con cautela, tratando de disimular el nudo en la garganta de quien tiene cita con el dentista. El fornido hermano, negro para más señas, reventaba el polo por los cuatro costados, pero incluso así fue mesurado. “Con más tipos como este en nuestras iglesias, no nos tose ni el mismísimo diablo», pensé para mis adentros. Y salí de allí renovado como quien ha visto la luz, convencido de que debía apuntarme a un gimnasio.

Cierto es que Cristo vino a traernos el perdón y la paz como pilares de nuestra confesión, y que él mismo nos animó a poner la otra mejilla, como recogen los Evangelios de Lucas y de Mateo, pero tampoco se trata de que los cristianos nos convirtamo­s en un ejército de pusilánime­s. De hecho, si el propio Jesucristo hubiera querido levantar una iglesia de “meapilas” jamás habría elegido a Pedro como el encargado de poner los pilares. Y es que, en sus palabras, según los Evangelios, Jesús sugirió a sus discípulos “dar la otra mejilla al que te hiera”. Y punto. Una sola vez. Nunca dijo “y pon las mejillas hasta que te las revienten a mamporros”. Ese “amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad a los que os calumnian” jamás implicó dejarse aplastar como chinches. De hecho, la Iglesia de Roma nunca habría pasado de las catacumbas y de ser carnaza en los circos de Calígula con cristianos empeñados en suicidarse en nombre de un dios absurdo y cobarde.

Ese no es nuestro Dios. Nuestro Dios nos pide poner la otra mejilla para dar ejemplo a nuestros enemigos, que los hay por doquier, pero también responder a una tercera acometida como correspond­e. Se llama derecho a la legítima defensa y todos los ordenamien­tos jurídicos del mundo lo contemplan como eximente.

Los cristianos, en particular los católicos, con una carencia excesiva al buenismo, debemos tener muy claro que Dios no nos pide dejarnos pisotear. Eso es lo que muchos malintenci­onados aprovechan. Como un sujeto llamado

Willy Toledo, actor español venido a menos por su afán de meterse en todos los charcos, quien desde su púlpito ácrata de salón se permitió “cagarse en Dios y en la Virgen”. “Yo me cago en Dios, y me sobra mierda pa’ cagarme en el dogma de la santidad y virginidad de la Virgen María. Este país es una vergüenza insoportab­le. Me puede el asco. Iros a la mierda”. Con estas frases cerró su queja el 5 de julio de 2017, ante la noticia de que “tres compañeras”, supuestas actrices, fueran a ser juzgadas por organizar la “Procesión del Coño Insumiso” en plena Semana Santa sevillana. Ahora, este tipejo que pasa más tiempo en Cuba, donde disfruta de todas las libertades que no tiene en casa, se enfrenta a un juicio por la denuncia de una asociación de abogados cristianos.

Algo me dice que este memo no se atrevería a cagarse en Alá o en Mahoma en Arabia Saudí. Igual que estoy seguro de que un compañero periodista al que aguanté, junto a otros 20 comensales, una cena en Saigón en la que no paró de ciscarse en el Papa y en la Iglesia Católica, no volverá a hacerlo en mi presencia. Porque después de poner las mejillas dos veces justas y advertirle de que no habría una tercera, aprendió la lección con amor. De algo sirvieron las horas de gimnasio

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