El Colombiano

LA DESGRACIA Y LA ESPERANZA

- Por FERNANDO VELÁSQUEZ fernandove­lasquez55@gmail.com

Todo sucedió de repente a comienzos de diciembre del año pasado en Whan, China, donde apareció un virus producido por la posible ingesta de carnes de animales exóticos –como los murciélago­s–; casi nadie tomó la noticia en serio, se creyó que era una broma más esparcida por los medios de comunicaci­ón, ansiosos por atraer clientes y cautivarlo­s. Pronto vinieron los días de horror y amargura; el pesimismo, el miedo y la desperanza se globalizar­on. Avenidas, aeropuerto­s, muelles marítimos, almacenes, supermerca­dos, museos, estadios, teatros, universida­des, escuelas, etc., quedaron vacíos porque se acabaron los espectácul­os y las aglomeraci­ones de seres humanos; todos, o casi todos, se encerraron en sus hogares para evitar el contagio, como si se tratara de las peores épocas de la historia de la humanidad en las cuales las pestes derrotaron la vida y sembraron el dolor por doquier. ¡Llegó el colapso!

Entonces la humanidad empezó a darse cuenta de que la fantasmágo­rica leyenda era una desgarrada realidad. Las autoridade­s y los oráculos siguieron arrojando sus prédicas; mientras algunos trataron de no generar pánico, otros –para quienes lo importante eran las ganacias– sembraron más caos porque la oportunida­d se tornaba magnífica para acaparar mercancías y enriquecer­se. ¡Qué vileza! ¡El ánimo de lucro pudo más que la solidarida­d y el afecto! ¡El amor a los billetes y las tarjetas de crédito derrotó la fraternida­d humana! Luego se conocieron los estragos de la moderna plaga y ciudades enteras quedaron infestadas de cadáveres; la asistencia sanitaria fue incapaz de atender a los enfermos y, sobre todo, muchos ancianatos vieron morir a sus ocupantes. Los cielos se oscurecier­on de bandadas de pájaros negros que chillaban y estremecía­n con sus gritos salvajes; fue cuando recordamos las palabras de Saint John Perse en “Anabasis”: “Viene, de este lado del mundo, un gran mal violeta sobre las aguas. El viento se levanta. Viento marino. Y la colada vuela! como un sacerdote despedazad­o...”.

La tragedia nos cogió desnudos; nunca nos preparamos para escenarios tan dantescos porque eramos prepotente­s y grandes triunfador­es, los derrotados y los pobres eran otros, los que nunca habían tenido nada. Aprendimos que era necesario llorar, arrodillar­se, suplicar, arrepentir­se y hasta orar. Entendimos que eramos muy endebles y atrevidos, como buenos seres finitos; que en medio de fementidas grandezas, nos habíamos convertido en amasijos de carne y huesos porque hipotecamo­s el alma a los becerros de oro. Rápido, sin embargo, empezamos a comprender que teníamos que crecer en el afecto y en la ayuda, que el cuidado no era solo individual sino colectivo; supimos que vivíamos en una aldea planetaria y las autopistas informátic­as solo eran eso….Meras vías desiertas donde lo real se vuelve virtual y empezamos a alucinar.

Después se anunciaron los hallazgos de curas para el mal que –como simpre– comerciali­zaron y manipularo­n a su antojo las trasnacion­ales y empezaron a bajar las cifras de contaminad­os. Las aves que oscurecían el firmamento se fueron alejando y, de nuevo, amaneció y el sol alumbró más potente que nunca. Los pájaros cantores continuaro­n sus tareas; los árboles reverdecie­ron y las flores fueron más bellas, amorosas y exóticas. Los que sobreviero­n empezaron a sonreir, la vida volvió a aflorar y las calles se llenaron de sus antiguas procesione­s. Las danzarinas nos engalanaro­n con sus mejores bailes y renació la esperanza.

Y, por fin, al leer el primero de los centenario­s sonetos de Shakespear­e, nos dimos cuenta de uno de nuestros pecados capitales: “tu, que eres ahora el fresco adorno del mundo /y el unico heraldo de la alegre primavera, /en tu propio capullo sepultas tu contento, /y, tierno tacano, haces despilfarr­o en la avaricia”; notamos que era necesario amar mucho la vida, dejando a un lado la vanidad, la arrogancia y la soberbia. Empezaron nuestras resurrecci­ones y la ilusión, con el hermoso vestuario de la humildad, nos invitó a construir nuevos cielos azulados tras la humillació­n y la derrota ■

La tragedia nos cogió desnudos; nunca nos preparamos para escenarios tan dantescos porque éramos prepotente­s y grandes triunfador­es, los derrotados y los pobres eran otros.

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