El Colombiano

CONSEJOS SOBRE CORONAVIRU­S DE UN TRABAJADOR DE UN MERCADO

- Por DYLAN MORRISON redaccion@elcolombia­no.com.co

Durante los últimos dos años, he tenido dos trabajos: un puesto de tiempo completo en el servicio de alimentos en un mercado, y uno de medio tiempo como recepcioni­sta en una peluquería. Me tomé cinco días libres en octubre para casarme, y no he tenido vacaciones más largas que eso desde 2017. También he trabajado todos los días de fiesta más importante­s desde entonces.

Sobre todo, amo mi trabajo. Los clientes a menudo eran amables, uno de ellos fue tan lejos como para traerme un regalo en estas fiestas. Mis compañeros de trabajo formaron su propia pequeña comunidad, ofreciendo transporte, compartien­do comida y escuchando el desahogo de los demás.

Incluso en los peores días, todavía podía ayudar a la gente. Eran cosas pequeñas: hablarle a una madre sobre comidas aptas para personas alérgicas para la fiesta de cumpleaños de su hijo, o señalar a un adolescent­e con aspiracion­es culinarias el tipo correcto de panceta.

Ahora, con el coronaviru­s, el trabajo es completame­nte diferente. Puedo entregarle­s a los clientes la ensalada de pollo que ordenaron, o mostrarles dónde estaría el arroz si no estuviera agotado, pero está claro que estas acciones no mejoran el día de nadie.

El tiempo para encontrar la alegría en la rutina, los intercambi­os cotidianos entre sí, se han ido. Los compañeros de trabajo, algunos de ellos tosiendo, intentan pararse a seis pies de distancia en espacios demasiado estrechos para hacerlo correctame­nte mientras hablan en voz baja sobre sus preocupaci­ones.

Todos dicen, “esto es una locura, ¿verdad?”, como si asegurándo­se unos a otros que sí, que esto es una locura, harán que deje de ser tan loco, y la vida en el supermerca­do pueda volver a la normalidad.

El lunes fue mi día libre semanal, que en sí mismo es un lujo, algo que algunos de mis compañeros de trabajo ni siquiera tienen. Al día siguiente, llamé a mis jefes y les dije que necesitaba alejarme durante las próximas semanas, una decisión que solo fue posible gracias a las donaciones de generosos desconocid­os que encontraro­n un hilo de Twitter que escribí sobre la seguridad alimentari­a que se volvió viral.

Fue una amabilidad increíble y, para mí, una suerte increíble. Si no fuera por ellos, estaría en el trabajo ahora mismo, preparándo­me para limpiar las rebanadora­s, cambiarme los guantes y guardar esperanza desesperad­a por mi propia seguridad y la seguridad de mi cónyuge, amigos, familiares, compañeros de trabajo y clientes.

Ahora me siento en casa y pienso lo mismo, sabiendo que más o menos con certeza he estado expuesto. Me siento culpable pero al menos un poco más seguro, mientras mis valientes compañeros de trabajo (la mayoría de los cuales no tienen otra opción) continúan sin mí. Comienzo a trabajar nuevamente la semana del 31 de marzo, suponiendo que me siento lo suficiente­mente seguro como para hacerlo.

Los seres humanos que lo están ayudando –en supermerca­dos, gasolinera­s, cualquier almacén que aún está abierto– son personas también. Estamos exhaustos. Ya hemos estado trabajando tanto tiempo, por tan poco dinero, temerosos o sin permiso de tomar días de incapacida­d, temerosos o incapaces de pedir días de vacaciones.

Los trabajador­es del servicio tienen familias y amigos que nos preocupan. Tenemos miedo por nosotros mismos y los demás. Estamos aquí, trabajando, mientras usted disfruta de lo que bien podrían ser los últimos días buenos durante mucho tiempo, porque la crisis segurament­e empeorará.

Ahora, a medida que las cosas se ponen más difíciles, a medida que aumenta nuestro nivel de estrés colectivo, le ruego que muestre amabilidad con los trabajador­es del servicio. Le ruego que no desahogue su miedo, frustració­n y desesperac­ión sobre los hombros de las personas valientes que se presentan todos los días para ayudarlo. A todos segurament­e les encantaría estar en casa, pero la mayoría no puede, a pesar de sus años de arduo trabajo, darse el lujo de alejarse ni siquiera por un momento.

No deje que el peso de su dolor e ira recaiga sobre los hombros de los trabajador­es del servicio. Ya están cargando lo suficiente

Los seres humanos que lo están ayudando –en supermerca­dos, gasolinera­s, cualquier almacén que aún está abierto– son personas también. Estamos exhaustos.

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