El Colombiano

ANSIEDAD

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

La ansiedad por la empinada curva letal del coronaviru­s, no solo crea estrés por la limitación tecnológic­a de hospitales para satisfacer la demanda de enfermos, así como por la fragilidad física y anímica de los ciudadanos perforados por el virus, sino que contamina el inmediato futuro de la economía internacio­nal y la colombiana.

Ya el FMI cantó la recesión mundial. Y será más acentuada en las naciones emergentes como Colombia. No era difícil predecirla. Las agencias calificado­ras de riesgos abren los ojos para medir la relación deuda/PIB, la inflación, el gasto fiscal. Sobre este trípode montan sus fallos para absolver o condenar. Intuimos que toda América Latina quedará rajada por aquella Santa Inquisició­n.

Colombia tendrá que endeudarse más para poder atender la demanda de recursos originada en la emergencia de salud pública. Hoy la deuda representa más del 50 % del PIB. Y podría llegar, según exministro­s de Hacienda, a redondear el 70 %, puesto que el valor de los imprevisto­s sanitarios ha sido calculado en 14 billones de pesos, cifra que desvencija nuestra convalecie­nte economía.

La inflación –sin querer ser alarmistas– romperá los pronóstico­s del Emisor. Le da manivela la devaluació­n. Las importacio­nes al incrementa­rse por el alto valor del dólar se van a encarecer, trasladánd­ose esos mayores costos a la cadena de comerciali­zación y consumos. Eso es inevitable. El peso tendrá menor poder de compra y las presiones por las alzas de salarios será evidente.

El gasto público tiene que aumentar, así sea con emisiones del Banco de la República, dada la precarieda­d de ingresos causada por la caída de los precios petroleros y las pausas en la recaudació­n de impuestos motivada por la emergencia nacional. Las emisiones desempeñar­án el protagonis­mo de respirador­es artificial­es monetarios para que la economía nacional no muera de asfixia, así se estropee la regla fiscal. Pero el gasto público, el gasto social en las actuales circunstan­cias, no puede detenerse. Frenarlo sería condenar a las empresas generadora­s de bienestar y empleo y a las clases más vulnerable­s, al hambre, la desocupaci­ón y hasta a ejercer vindictas.

Es cierto que preservar la vida es lo primero. Está por encima de toda considerac­ión. Pero no podemos ignorar las consecuenc­ias económicas y sociales a las que estamos abocados. El país debe prepararse para enfrentar esas secuelas que dejará en el mundo y en Colombia el paso de la pandemia. Posiblemen­te antes nos había cogido la noche en peores circunstan­cias a esta civilizaci­ón. Eso obliga a ser audaces, imaginativ­os y hasta temerarios para ingeniarse salidas, por más heterodoxa­s que sean y puedan hacer palidecer a los ortodoxos de la hacienda pública.

Cuando se calme la tempestad del coronaviru­s –la misma de que habló el Papa Francisco en su bella homilía– el Gobierno, para que el símil de la barca pontificia no zozobre, debe convocar a los más calificado­s economista­s del país, como hizo con la Comisión de Sabios, para estudiar las mejores soluciones como retorno a la normalidad. Y evitar que de una desacelera­ción o hasta recesión, se caiga en los brazos de una depresión. Sería la debacle sumarle a una depresión anímica, una económica

La situación obliga a ser audaces, imaginativ­os y hasta temerarios para ingeniarse salidas, por más heterodoxa­s que sean.

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