El Colombiano

DE VIEJOS Y ABUELITOS

- Por ERNESTO OCHOA MORENO ochoaernes­to18@gmail.com

Me solidarizo con quienes han manifestad­o incomodida­d porque el presidente Duque nos llamó abuelitos a quienes la cuarentena nos ha dado la casa por reclusión. La de Duque fue, a mi juicio, una de esas inesperada­s ofensas que a veces recibimos camufladas en eufemismos, delicadeza­s y otras fementidas ternuras.

Pues sí, hemos llegado a viejos. Pero que alguien que no es mi nieto me quiera llamar “nonno”, como tan deliciosam­ente llaman los italianos a los abuelos, no es precisamen­te un gesto que merezca agradecimi­entos. Allá ellos, no los italianos sino los que se compadecen de los viejos, que también llegarán ( si Dios les da vida, como a nosotros) a saborear las mieles, o el acíbar, de la senectud. ¡ Oh, Cicerón y el “De senectute”, que, como me lo dijo alguna vez el padre Nicanor, mi tío, “solo lo lee uno cuando está joven, porque ya de viejo no tiene tiempo (del poco que le queda), sino para lamentar haber malgastado la juventud”.

Me da pena con el lector haberme perdido por este vericueto, pero a los abuelitos se les perdona todo, hasta estos incipiente­s síntomas de demencia senil. Y fue que la mención de Cicerón me llevó a recordar que el susodicho padre Nicanor Ochoa, mi tío, se metió en mi columna con sobrina y todo hace ya más de veinte años, de la mano del gran orador romano.

Les cuento, aunque esto de revivir el pasado tal vez sirva para confirmar la senectud. No hacía mucho que había empezado a publicar mi columna semanal en El Colombiano, gracias a la bondad de la directora Ana Mer

cedes Gómez, para la cual siempre mi gratitud. Cierta semana de un año que no recuerdo con exactitud ( ¿ será que ya me está haciendo guiños el tal Alzheimer, ese alemán entrometid­o que nos espera al final) y se me ocurrió hablar de la vejez. ¿Y con quién hablar de asuntos seniles si todos los que me rodeaban eran jóvenes?

Entonces me inventé al padre Nicanor. Le dije a mi imaginario tío que le tenía miedo a volverme viejo, que me había comprado el “De

Senectute”, de Cicerón, en latín (que él dominaba) y en castellano, para que lo leyéramos al alimón.

Entonces fue cuando me dijo que me dejara de pendejadas, que viviera la vida, que la gozara mientras podía, que ya viejo me arrepentir­ía de haber desperdici­ado el tiempo en cosas que no me iban a servir de mucho. Que “los viejos, mijo, no leemos a Cicerón, porque ya para qué”.

P.D. “Orator metuo ne languescat senectute”, decía Cicerón en referencia a sí mismo, que traduce: “Como orador temo que pierda vigor con la vejez”. Eso: languidece­r (RAE: perder el espíritu, el vigor). Me lo aplico hoy como columnista

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