¡DEMUELAN LAS PIRÁMIDES DE EGIPTO!

La furia desatada por el movimiento antirracista “Black Lives Matter”, como la del movimiento “Antifa” o las “feminazis” es más vieja que la tiza. La inventó a finales del XVIII, en plena Revolución Francesa, el bueno de Robespierre. El ejecutor del “Reinado del Terror”, líder del sector republicano más radical, la Montaña, junto a Marat y Danton, renegó de su pacifismo en cuanto tocó el poder y se lanzó a una campaña desatada contra cualquiera que le llevara la contraria. “El Incorruptible” acabó siendo guillotinado, víctima de sus propia máxima: “Tráiganme al hombre más puro del mundo y encontraré motivos suficientes para hacerlo ahorcar”. Y es que los extremos terminan por devorarse a sí mismos.

Viajen conmigo. Aprovechando que unos cuantos majaderos se han propuesto derribar miles de estatuas y atacar con sus vacuos argumentos a todas las figuras históricas habidas y por haber, desde Colón hasta Churchill, ha llegado la hora de arrasar con el mundo. Hay que sembrar el caos que tanto anhelan los llamados “antisistema”, eufemismo en el que se engloban los vagos, ácratas, comunistas y maleantes de siempre, todas las sanguijuelas que chupan de sus impuestos y los míos cuanto pueden, y se permiten escupirnos a la cara después de saquear nuestros bolsillos.

Pues bien, vamos a revisarlo todo. En la edad de las cavernas, los hombres cazaban y las mujeres se dedicaban a criar de la parentela. Algo lógico habida cuenta de que los hombres no disponen de glándulas mamarias y las mujeres eran menos corpulentas, gracias a Dios. Esta gente, que vivía en un estado de la naturaleza que los iletrados antisistema podrían llegar a idealizar, no solo eran sociedades donde los hombres hacían y deshacían a su antojo, sino que además eran, ojo, cazadores. Un “heteropatriarcado” carnívoro de primera. Sociedades primigenias basadas en la violencia y el machismo cuyas mayores expresiones artísticas son orondas figuras femeninas que representaban la fertilidad y cacerías sangrientas. ¡Ea, pues! Según el revisionismo antisistema, hay que borrar todas las pinturas rupestres con la lejía que no ha llegado a beberse Trump.

Qué decir de las pirámides egipcias, todo ello levantado por mano de obra esclava a la mayor gloria de emperadores deificados que representaban un sistema de castas opresivo. ¡Demuélanse las efigies y todo el esplendor edificado con sangre ajena! Como el Partenón griego, el Coliseo y el Foro romano así como los circos, calzadas y acueductos de aquellos lejanos imperios.

Neguemos que quien comandó la expulsión musulmana de Europa y financió el Descubrimiento del Nuevo Mundo fue una mujer, La Reina Isabel de

Castilla. Obviémoslo, porque era una “fascista” católica, aunque el fascismo no existiera. Destruyamos, por tanto, todas las gloriosas y ajedrezadas ciudades levantadas por los españoles en América y sus catedrales, universidades y conventos, porque solo se llevaron el oro y trajeron la barbarie. Da igual que aún existan 102 comunidades indígenas solo en Colombia y 522 en toda Iberoamérica, que representan el 10 % de la población. Indígenas que son mayoritarios en Guatemala, Bolivia, Ecuador, México o Perú. Por no hablar de los criollos, la inmensa mayoría de la población en Hispanoamérica.

Por cierto, en el furor pirómano, arrásese también con la propia Revolución Francesa, donde las mujeres quedaron relegadas a la imagen de una despechugada “Libertad Gloriosa”, con la tricolor enarbolada, y todos los grandes héroes fueron varones blancos defensores del sistema de colonias, desde África a la Polinesia.

Y sigamos así hasta ayer mismo, porque es más fácil revisar el pasado que pensar el futuro. Exceptuando, por supuesto, las figuras de Marx, Engels, Lenin, Stalin, el Ché, Mao, Fidel Castro o Chávez. Todos ellos angelitos