El Colombiano

LO QUE EE.UU. NECESITA, EN CUANTO A DACA Y MUCHO MÁS

- Por QIAN JULIE WANG redaccion@elcolombia­no.com.co

La semana pasada, la Corte Suprema dictaminó, por mayoría limitada, que la administra­ción Trump no podía cerrar de inmediato la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, un programa que protege de la deportació­n a unos 700.000 jóvenes inmigrante­s conocidos como Dreamers (Soñadores).

El fallo se encuentra en la intersecci­ón desconcert­ante de mi práctica profesiona­l y mi historia personal. Tengo suerte: me hice ciudadana estadounid­ense hace cuatro años, casi 22 años después de llegar aquí desde China. También trabajé en el Tribunal de Apelacione­s de los Estados Unidos para el Noveno Circuito, el mismo tribunal que luego emitió la decisión de Daca que el Tribunal Supremo dictaminó el 18 de junio.

En mi primer día de escuela en Estados Unidos, me detuve frente al edificio de ladrillo rojo en la calle Division de Chinatown, en Manhattan, me volví hacia mi padre y le pregunté cómo podíamos confiar en que la escuela no nos deportaría. Tenía solo 7 años, pero reconocí el miedo en sus ojos. Sin embargo, cuando finalmente habló, su voz era firme: Estados Unidos tenía la política de proporcion­ar educación a todos los niños, incluso a los indocument­ados como yo. Explicó que en este país la gente podía confiar en que el gobierno sería estable y se mantendría fiel a su palabra, a diferencia de China, donde había crecido bajo persecució­n política.

Bajo Daca, la administra­ción del presidente Barack

Obama invitó a los Soñadores a enviar informació­n altamente sensible y detallada a cambio de la promesa de permisos de trabajo renovables y un alivio del miedo a la deportació­n. Sé exactament­e cuánta confianza exigía esto a mis compañeros soñadores.

Mis padres y yo luchamos diariament­e para equilibrar el gran riesgo de deportació­n con nuestra necesidad de alimentos, ropa y atención médica. El solo hecho de caminar por las puertas de la escuela exigía fe en el gobierno. Como alguien que vivió en este país como un niño indocument­ado, tengo el miedo a la deportació­n grabado en mis huesos. Incluso hasta el día de hoy, el acto más aterrador es revelar mi historial ilegal.

Cuando presentaro­n sus solicitude­s de Daca, los 700.000 destinatar­ios tomaron la decisión valiente y consciente de permitir que sus vidas dependiera­n de la buena palabra de nuestro gobierno. Pero poco después de asumir el cargo, el presidente Trump rescindió la política de Obama. Trump y su administra­ción permitiero­n solo un período de gracia de seis meses antes de que terminaran las proteccion­es.

Argumentan­do ante la Corte Suprema, el procurador general alegó que el presidente tenía derecho a ejecutar ese cambio abrupto. Además, afirmó que la decisión ejecutiva no podía ser revisada por ningún tribunal. Y, como lo haría cualquier abogado, el procurador general se apresuró a señalar que el reclamo sobre los poderes ejecutivos expansivos del presidente Trump (a diferencia de los limitados del presidente Obama) se limitaba solo a la ley de inmigració­n.

La historia de nuestra nación muestra que la ley de inmigració­n es una prueba de fuego político. Nuestro tribunal supremo se ha negado a permitir que nuestra rama Ejecutiva realice su cambio sin una adecuada explicació­n de la dependenci­a significat­iva puesta en la ley no solo por los Soñadores, pero también por los ciudadanos que los aman, los emplean y confían en ellos.

Antes de abandonar China, mis padres y yo estábamos a la disposició­n de nuestro gobierno –peones de sacrificio en las partidas de ajedrez político de nuestros líderes–. A pesar de sus enfáticas y continuas denuncias del gobierno chino, el presidente Trump ha gastado una gran parte de su presidenci­a emulando sus prácticas. Sus reacciones a las recientes protestas de Black Lives Matter tienen paralelos inquietant­es con las reacciones del gobierno chino a los disturbios civiles en Hong Kong.

Las maniobras del presidente Trump pueden parecer menos amenazante­s cuando se dirigen a los afroameric­anos y los inmigrante­s indocument­ados, pero eso es solo porque nuestro país ha llegado a verlos como clases inferiores. No se equivoquen: mientras algunos de nosotros no podamos confiar en el gobierno, ninguno de nosotros puede hacerlo. Estamos más alineados de lo que apreciamos

A pesar de sus enfáticas y continuas denuncias del gobierno chino, el presidente Trump ha gastado una gran parte de su presidenci­a emulando sus prácticas.

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