SOBRE TANTO ENCIERRO
Estación Ventanita, desde la que muchos miran lo que pasa en la calle, pero sin poder salir, solo viendo cómo la ciudad fluye a medias (sin que falten los que promueven a gritos aguacates y bananos, helados y tamales), oyendo ruidos crecientes y expectantes a lo que se diga en torno al pico y cédula, cómo protegerse del virus y cómo es eso de lo peor que viene, que se calcula con proyecciones matemáticas y hasta con mala leche. Y en es encierro, en el que las libertades están menguadas, se manifiestan los histéricos, los paranoicos, los esquizofrénicos, los que acreditan indicios de locura religiosa, los neuróticos que se alimentan de mínimos errores y noticias que no paran de repetirse, y los que se deprimen sintiendo que el tiempo pasa y ellos se hunden. Y ahí van y están los muchos habitadores del encierro prolongado, admitiendo y rabiando por la posibilidad de otro más largo.
Georg C. Lichtenberg, el profesor de física alemán y autor de los Aforismos, decía que encerrarse en casa era beneficioso (para trabajar, pensar, no hacer nada) siempre y cuando se tuviera la libertad de salir. Pero esto no es lo que pasa ahora y los encerrados (al menos los que cumplen con el decreto) no solo se protegen contra el covid-19 (con altos consumos de tapabocas y jabones), sino que quedan desprotegidos contra otras enfermedades mentales y psicopatológicas (las acelerantes de otros males) que paulatinamente les van cambiando el sentido de la realidad por el de una fantasía en la que anidan miedos (el contagio del que llega, el desempleo, la falta de claridad en lo que se dice, una economía desastrosa), delirios, agresividad, impotencia y depresión continuada porque el final no llega. Y en este encierro que ha roto con lo cotidiano, ya no vale ni dormir.
Que estamos en una peste, lo sabemos. Pero qué pasa con las pestes que vendrán luego, la de gente que se mirará con miedo y rompiendo los rituales de la vida social (como dice
Byung Chul-Han), la de no encontrar trabajo, la de las enfermedades crecidas con el encierro (no sé si habrá las suficientes clínicas y consultorios psicoanalíticos), la de la propuesta de trabajar en casa en medio de condiciones no ergonómicas y gastos de más en servicios públicos crecientes, la de los negocios que sucumbieron, la de la falta de dinero etc. Encerrados, nos proyectamos hacia un afuera que cambia y no sabemos qué sucederá con esos cambios.
Acotación: en una sociedad que mueve la economía por el consumo y el trabajo por fuera de la casa, el encierro se convierte en un criadero de incertidumbres. Y más cuando otros (una buena parte) no se encierran y quizá vayan a ser el mayor contagio o el logro de la inmunidad. Sin libertad, todo encierro no cría más que sustos
Que estamos en una peste, lo sabemos. Pero qué pasa con las pestes que vendrán luego, la de gente que se mirará con miedo y rompiendo los rituales de la vida social.