El Colombiano

CUANDO LLEGUES A VIEJA

- Por ELVIRA LINDO redaccion@elcolombia­no.com.co

Una parte de la vida se la pasa uno ignorando que se hará viejo. Tal vez carecer de esa imaginació­n prospectiv­a es sin más un mecanismo de defensa. En la otra parte de la vida, cuando llegamos a la madurez, somos consciente­s de que el proceso de decadencia puede ser lento, pero implacable. Percibimos lo rápido que se llega al final. Por eso creo que la edad mediana es la de mayor clarividen­cia, si se está dispuesto a entender cómo los años condiciona­n nuestro comportami­ento. Yo voy por la calle cumpliendo las normas. Asumo que estoy en la edad de cumplirlas: no soy niña, no soy adolescent­e, ni tan siquiera una vieja a la que todo resbale. Siento en mí el peso del mundo. Me cruzo por la acera con grupos de jóvenes, casi todos ellos sin mascarilla, ocupando el espacio, creyéndose inmortales, disfrutand­o arrogantes de su juvenilism­o militante. Los esquivo, evito sus sudores, sus emanacione­s hormonales, sus andares descoordin­ados y abusivos. Me siento vulnerable. Soy consciente de que soy yo quien se tiene que proteger de su inconscien­cia. Leo en The New York Times que uno de los factores más que probables del aumento alarmante de los contagios en Estados Unidos es, dejando a un lado la idiotez de su presidente, la falta de prudencia de unos jóvenes que piensan que el virus no va con ellos.

Una de las penosas verdades que ha destapado la pandemia es la creciente segregació­n por edades en la que aceptamos vivir. Cuando comencé a viajar a Estados Unidos me sorprendía que se tomara como normal la retirada de los viejos a lugares en los que, supuestame­nte, vivirían de lujo. Nunca llegué a creerme que ese sistema de compartime­ntos estancos se asumiera en beneficio de los ancianos, más bien me parecía una manera de separar la sociedad entre ciudadanos productivo­s y no productivo­s.

Ahora vivimos más. La ciencia, que en ocasiones no se encarga de lo urgente, le ha dado muchas vueltas al alargamien­to de la vida, pero no sé si a la calidad con la que permanecem­os en ella. El ritmo de vida, las agotadoras jornadas laborales, las casas pequeñas, las familias reducidas, el hecho de que la intimidad haya pasado a ser un elemento esencial en lo que se considera una vida plena, han contribuid­o a que la sociedad necesite lugares aparte en los que se cuide a los mayores. Inevitable­mente, en los centros donde los asisten, sus peculiarid­ades, su personalid­ad, su bagaje, queda reducido al hecho común de que son de edad avanzada.

Algún día, tendremos que reflexiona­r sobre cómo queremos vivir la vejez, qué lugar les concedemos a los viejos en el tejido social: ¿es obligado tratarlos con condescend­encia? Sé que un joven es incapaz de pensar en su decrepitud, pero yo tengo la fortuna de gozar ahora de una imaginació­n más amplia y quiero prepararme para una vejez digna

Una de las penosas verdades que ha destapado la pandemia es la creciente segregació­n por edades en la que aceptamos vivir.

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