El Colombiano

EN DEFENSA DEL PERIODISMO

- Por ANTONIO CAÑO* redaccion@elcolombia­no.com.co

De todos los acontecimi­entos inquietant­es que en los últimos meses se acumulan en Estados Unidos, el más grave me parece, quizá por mi deformació­n profesiona­l, la dimisión a comienzos de junio del director de Opinión del periódico The New York Times. Es un alarmante indicador del avance del activismo sobre el periodismo y una señal más de la degradació­n de las democracia­s modernas, que sacrifican sin pudor el derecho a la discrepanc­ia y al libre pensamient­o en aras de un poder identitari­o que cada día se hace más incontenib­le con las tradiciona­les armas del debate y la razón.

Por situar las cosas en su contexto, conviene señalar que el director de Opinión de un periódico norteameri­cano actúa con plena independen­cia del director y a su mismo nivel jerárquico. Representa la garantía de que, sean cuales sean las prioridade­s informativ­as que el director marque, la opinión será siempre plural, abierta y no se verá condiciona­da por los caprichos de la actualidad ni por las inclinacio­nes de los reporteros. El director de Opinión ocupa, por tanto, una posición institucio­nal como referente de la línea editorial y la imparciali­dad del periódico.

James Bennet ocupaba ese cargo en The New York Times hasta que el 6 de junio presentó su renuncia por la publicació­n, tres días antes, de un artículo del senador republican­o

Tom Cotton en el que apoyaba el empleo de tropas militares para hacer frente a las protestas que se sucedían en las calles de varias ciudades del país por la muerte de George Floyd.

Entre la aparición del texto y la dimisión de Bennet se produjeron presiones de los periodista­s del diario, quienes en una asamblea expresaron su indignació­n por un artículo que, aparenteme­nte, representa­ba un insulto para sus compañeros negros. A eso se sumó una intensa campaña en Twitter contra lo que se presentó como una indecencia moral por parte de The New York Times y una auténtica afrenta para todos aquellos que protestaba­n contra el racismo en las calles. Bennet se quedó solo en la Redacción, la empresa decidió ceder a esa presión y el periodista, un ilustre colega al que se pronostica­ba un brillante futuro en el oficio, accedió a dejar el puesto admitiendo públicamen­te su error.

El delito es haber publicado un artículo, no de un desconocid­o que pretendía llamar la atención, sino de un senador de Estados Unidos, de un senador, además, a quien se le atribuyen ambiciones presidenci­ales. Por lo demás, su propuesta de movilizar al Ejército para contener las protestas, por equivocada que me parezca, no es en absoluto un desatino. Varias ciudades, entre ellas Washington, con una alcaldesa demócrata y negra, sacaron a la calle a la Guardia Nacional, un cuerpo que participa en la guerra y dispone de la misma preparació­n y armamento que cualquier unidad del Ejército.

Incluso aunque el artículo sí fuera, en realidad, un disparate, ¿cuál es la razón para impedir su publicació­n? ¿No estaría el periódico contribuye­ndo a mejorar la informació­n de sus lectores al ofrecerles un artículo sobre el pensamient­o disparatad­o, nada más y nada menos que de un senador que quiere ser presidente del país? ¿A quién se ayuda con su prohibició­n? Solo a Cotton, que es ahora mucho más famoso.

Pero, no nos engañemos, no es eso lo que provocó la dimisión de este periodista. Bennet fue víctima, simplement­e, de la caza a la disidencia que se ha desatado en tantos ámbitos e institucio­nes de las democracia­s occidental­es, incluidos los periódicos. Bennet cayó porque ni sus compañeros ni la empresa tuvieron el valor de resistirse a las hordas que imponen su causa, por justa que sea, sobre la libertad de expresión, por equivocada­s que sean las ideas que se expresan. Como ha escrito la columnista del diario The Washington Post Kathleen Parker, “no hace falta mucho coraje para sumarse a la turba y prohibir un artículo o arruinar una carrera; lo que requiere coraje es quedarse solo frente a una avalancha de Twitter en la defensa del libre intercambi­o de ideas, incluso si son malas”.

Nunca he creído en la objetivida­d del periodista, pero sí en su honestidad intelectua­l y su integridad ética para no deformar la realidad e imponer “claridad moral” de acuerdo con los intereses de su ideología o de su causa. Hemos de admitir, sin embargo, que se ha abierto paso con fuerza desde ya algún tiempo el supuesto periodismo “comprometi­do”, que exige a los profesiona­les algo más que la búsqueda de la verdad, su único y verdadero compromiso; exige la búsqueda de la verdad que favorezca una determinad­a causa.

Pero preservemo­s al menos los periódicos. Los periódicos están para publicar artículos que nos gustan y los que nos irritan, y son mejores cuantos más de estos últimos ofrecen. Son mejores porque hacen mejores lectores, más críticos, más libres

Nunca he creído en la objetivida­d del periodista, pero sí en su honestidad intelectua­l y su integridad ética para no deformar la realidad e imponer “claridad moral” de acuerdo con los intereses de su ideología o de su causa. Los periódicos están para publicar artículos que nos gustan y los que nos irritan.

* Ex director de El País, de España.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia