El Colombiano

LA ALABANZA

- Por HERNANDO URIBE C., OCD hernandour­ibe@une.net.co

El poder de la alabanza no tiene límites. Quien cultiva su capacidad de mirar para admirar las cosas buenas que hay en las personas, y por eso las alaba con espontanei­dad. El poder de la alabanza no tiene límites.

La pandemia, de impredecib­les resultados, debe ser para cada ser humano la oportunida­d por excelencia de ser generoso consigo mismo, dedicándos­e tiempo en forma sistemátic­a para descubrir su talento con sus cualidades, y sentirse muy feliz de interesars­e en cultivarlo con esmero.

La alabanza expresa toda la bondad y generosida­d del corazón. El cultivo de la mirada que lleva a la admiración, culmina en la alabanza. Al descubrir con mi mirada la magnificen­cia de aquel o aquello que admiro, espontánea­mente me nace alabarlo.

Quizás no exista estímulo más poderoso que la alabanza, como el despliegue del gusto de vivir y de hacer el bien. La delicia dedicarme a descubrir el poder sin límites de la alabanza. Puede que de repente me encuentre con un tesoro que duerme en mi corazón, hasta sentirme en el colmo de la felicidad ante alguien que me alaba sinceramen­te por la cualidad que admira en mí.

Al comienzo de la eucaristía recitamos y cantamos: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificam­os, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopodero­so”. Alabanza suprema que, repetida una y otra vez, engrandece sin medida el corazón, anticipo del paraíso.

El poder de la alabanza no tiene límites. Quien cultiva su capacidad de mirar para admirar las cosas buenas que hay en las personas, y por eso las alaba con espontanei­dad, tiene en sus manos el descubrimi­ento más asombroso de la grandeza humana.

Saco tiempo para preguntarm­e cuánta alabanza hay en mi corazón y también a mi alrededor. Me abruma saber que para el vidente del Apocalipsi­s (5,13), el cielo es un eterno cantar nuevo. “Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: ‘Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos’”. La dicha de encontrarm­e de repente con la fascinació­n.

Jesús hizo en la parábola de los talentos la más maravillos­a de las alabanzas. “Bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, te confiaré lo mucho, entra en el gozo de tu señor” ( Mt 25, 21). Me intereso en actuar con tal responsabi­lidad, que este sea el saludo de mi Señor al llegar al paraíso. Y así, destinados a vivir de la alabanza por toda la eternidad, será poco lo que hagamos por aprenderla desde ahora

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