LA ALABANZA
El poder de la alabanza no tiene límites. Quien cultiva su capacidad de mirar para admirar las cosas buenas que hay en las personas, y por eso las alaba con espontaneidad. El poder de la alabanza no tiene límites.
La pandemia, de impredecibles resultados, debe ser para cada ser humano la oportunidad por excelencia de ser generoso consigo mismo, dedicándose tiempo en forma sistemática para descubrir su talento con sus cualidades, y sentirse muy feliz de interesarse en cultivarlo con esmero.
La alabanza expresa toda la bondad y generosidad del corazón. El cultivo de la mirada que lleva a la admiración, culmina en la alabanza. Al descubrir con mi mirada la magnificencia de aquel o aquello que admiro, espontáneamente me nace alabarlo.
Quizás no exista estímulo más poderoso que la alabanza, como el despliegue del gusto de vivir y de hacer el bien. La delicia dedicarme a descubrir el poder sin límites de la alabanza. Puede que de repente me encuentre con un tesoro que duerme en mi corazón, hasta sentirme en el colmo de la felicidad ante alguien que me alaba sinceramente por la cualidad que admira en mí.
Al comienzo de la eucaristía recitamos y cantamos: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso”. Alabanza suprema que, repetida una y otra vez, engrandece sin medida el corazón, anticipo del paraíso.
El poder de la alabanza no tiene límites. Quien cultiva su capacidad de mirar para admirar las cosas buenas que hay en las personas, y por eso las alaba con espontaneidad, tiene en sus manos el descubrimiento más asombroso de la grandeza humana.
Saco tiempo para preguntarme cuánta alabanza hay en mi corazón y también a mi alrededor. Me abruma saber que para el vidente del Apocalipsis (5,13), el cielo es un eterno cantar nuevo. “Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: ‘Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos’”. La dicha de encontrarme de repente con la fascinación.
Jesús hizo en la parábola de los talentos la más maravillosa de las alabanzas. “Bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, te confiaré lo mucho, entra en el gozo de tu señor” ( Mt 25, 21). Me intereso en actuar con tal responsabilidad, que este sea el saludo de mi Señor al llegar al paraíso. Y así, destinados a vivir de la alabanza por toda la eternidad, será poco lo que hagamos por aprenderla desde ahora