AL PRESIDENTE BRASILEÑO, JAIR BOLSONARO, LE DIO LA “GRIPITA”
Aún diagnosticado con la enfermedad, no usa tapabocas. Estuvo de fiesta con sus ministros el pasado sábado 4 de julio.
Así calificó el mandatario a la covid hace cuatro meses y tras ignorar sugerencias médicas sobre la pandemia, ayer admitió el contagio. Esta es su historia.
Minutos después de confirmar que dio positivo para coronavirus, el presidente de Brasil Jair Bolsonaro se quitó su tapabocas en plena rueda de prensa para cerrar las declaraciones en las que anunciaba que él es uno de los cerca de 1,6 millones de brasileños que se contagiaron.
A pesar de estar infectado y pasar el día en el hospital con malestar y fiebre de 38 grados, sigue creyendo que las medidas sobre la enfermedad son una exageración. Prometió seguir en sus funciones y tuvo contacto con más personas después del diagnóstico, cuando la sugerencia que hace la Organización Mundial de la Salud (OMS) es aislarse.
Su historia con la covid comenzó a finales de febrero cuando este llegó a Brasil y sumó más capítulos conforme avanzaba la pandemia. El país es el segundo con más contagios y también ocupa el segundo eslabón en la lamentable lista de decesos, con 65.487 muertes y sumando.
Cuando llegó la pandemia, mientras el planeta se confinaba, él lanzó a su gente a la calle. Bien lo dejó claro en marzo, cuando apenas aparecían los primeros brotes. “¿Van a morir algunos? Van a morir, lo siento. Esta es la vida, esta es la realidad”, aseguró.
Las fronteras se cerraban y él, con su comitiva presidencial, zarpó rumbo a Estados Unidos para reunirse con su par Donald Trump a mediados de marzo en la Casa Blanca. Pocas naciones tenían sus vuelos habilitados para entonces, como medida de prevención, pero el mandatario brasileño insistió en su viaje y se reunió con el republicano en el Despacho Oval.
Y de esa travesía en tiempos de cuarentena llegó el primer contagio en su equipo de Gobierno, un asesor. A Jair Messías Bolsonaro, sí, Messías, el nombre con el que se rebautizó después de ganar las elecciones, le hicieron su primera prueba, pero salió negativa.
Siguió tranquilo. Al fin de cuentas, para él la pandemia es “una gripita”. La enfermedad escaló, su epicentro pasó de Europa a América y Brasil fue ascendiendo en una carrera que muchos gobiernos no quieren ganar: ser los que más contagios tienen entre sus ciudadanos.
En abril una periodista le preguntó sobre los decesos por la enfermedad, que superaban los 5.000, pero su respuesta fue indiferente. “¿Y qué? Lo siento. ¿Qué quiere que haga? Soy Mesías, pero no hago milagros”, dijo.
Disputas por el covid
Bolsonaro no quiso escuchar. A su primer ministro de Salud, el médico Luiz Henrique Mandetta, lo destituyó el 16 de marzo. Mientras él pedía aislamiento, el mandatario insistía en salir. Llegó otro doctor al cargo, Nelson Teich, pero no duró ni un mes en la cartera. Su frase de despedida fue que “es difícil conciliar la ciencia con la visión del Ejecutivo”.
Ya luego desde el Palacio de Planalto anunciaron al empresario Carlos Wizard como ministro, pero este dijo que cambiaría la forma de medir los casos de la covid. Por cuenta de esas afirmaciones llegaron críticas desde los medios y no alcanzó a juramentarse.
El presidente hizo lo suyo: nombrar a un militar sin experiencia. Así el general Eduardo Pazuello terminó en la cartera encargada del bienestar ciudadano en medio de una pandemia y su primera decisión fue destituir al equipo de asesores técnicos del departamento, para nombrar a nuevos uniformados, como el coronel Antônio Elcio Franco.
“Bolsonaro no gobierna solo, sino basado en los militares que son casi mayoría en su gabinete y con consejos de su gurú Olavo de Carvalho, un astrólogo que representa el ala del oscurantismo negacionista que también lo llevó al poder. Han acompañado sus decisiones respecto al coronavirus y el ministro actual hace todo lo que quiere el presidente”, afirma la investigadora de Flacso, Cristina Gomes.
Gomes apunta que el manejo de la pandemia es uno de los aspectos que afectan la popularidad del presidente. La encuesta de la firma Dataholfa de junio indicó que solo el 32 % de los ciudadanos aprueba su gestión, mientras el 44 % la desaprueba y el restante la califican como “regular”.
Otro estudio de la misma firma, de hace dos semanas, señaló que el 65 % considera que la covid está empeorando. Aún así, el mandatario insiste en abrir todas las escuelas e incluyó establecimientos que no son de primera necesidad en la lista de actividades esenciales para presionar a mantener su apertura en los estados que, de manera unilateral, optaron por la cuarentena.
Y ese ha sido otro de sus frentes de batalla: discutir con las autoridades locales que toman las medidas que la OMS sugiere, una instancia internacional de la que el gobierno ya amenazó con retirarse.
La internacionalista de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales, Carolina Silva, explica que “los problemas del gobierno en términos políticos están involucrados con cuestiones ideológicas y disputas internas entre distintos grupos que componen su coalición de base”, una imagen en caída a la que se suman el escándalo de corrupción de uno de sus hijos y la economía.
Desde hace tres meses y todos los domingos, Bolsonaro acompaña marchas en Brasilia contra la cuarentena. Abraza a los seguidores, se toma fotos y lanza pullas a las cortes. Solía asistir sin tapabocas, convencido de que “no hay motivo para el pánico”, pero una Corte ya lo obliga a portarlo.
Ayer desobedeció a los jueces, se retiró la barrera cuando ya estaba confirmado su contagio de una pandemia que le juega una mala pasada a su salud, después de decirse convencido que su pasado de atleta no lo dejaría enfermarse