LO INCREÍBLE
Como alguien deducía al mirar cifras de encuestas de opinión pública, “Colombia es el único lugar del mundo en el que el peor problema no es una pandemia”.
Y es cierto. No es si no mirar la última de Invamer Gallup para comprobarlo. La mayoría de los encuestados en las cinco grandes ciudades colombianas, señalan la corrupción como el principal problema nacional. Muy por encima de la caída de la economía, cuyos efectos hace estragos en los ingresos y el empleo, y sobre todo del mismo coronavirus, que arrasa con la vida de miles de colombianos.
Queda perplejo ante esos resultados alguien que desconozca la situación de los colombianos agobiados por la inmoralidad. Comenzaría a entender el porqué el coronavirus no ocupa el primer lugar de las preocupaciones colectivas. Empezaría a asimilar en su desconcierto originado en los resultados de la encuesta, que la pandemia con sus estragos económicos, sociales, laborales, no encabeza el ranquin de los grandes males y desconsuelos que desvelan a Colombia, dadas las nocivas consecuencias materiales y morales de la corrupción que minan todos los indicadores en que fundamentan su desarrollo las naciones civilizadas y organizadas institucionalmente. Entraría el forastero a compartir la percepción consagrada en las estadísticas que dejan en claro que la corrupción sigue a la cabeza de los pecados capitales de la nación.
Confirman esta visión, que en el mundo aparece como insólita, los escándalos producidos por funcionarios del Estado que saquean los recursos asignados a ayudar a los más vulnerables de la sociedad. Que llenan de gabelas y contratos a sus validos y compadres de aventuras políticas para pagarles favores electorales con dineros destinados a redimir las carencias de las clases populares azotadas por la enfermedad y la hambruna. Eso, fuera de irritar, lleva a castigar a través de las encuestas para decirle al mundo civilizado que estamos metidos en la misma cueva de Alí Babá y sus 40 ladrones.
Mientras esto sucede, los colombianos seguimos viendo el protagonismo de algunos políticos picapleitos, que no bajan la guardia para cesar en sus enconadas querellas. La falta de liderazgos para conducir al país por caminos seguros en momentos de penumbras, de vacilaciones, de incertidumbres, se hace evidente. No hay voces que dirijan en momentos de confusión. Ya reposan sus ecos en los cementerios. Parecen seguir siendo irrecuperables. Sus huellas para imitar sus recorridos fueron borradas por el manzanillismo, el oportunismo y ahora por el populismo. En solitario, un presidente se tiene que dar las pelas para asumir todas las responsabilidades de las tragedias.
Así que si a Colombia no se la traga la pandemia –con sus 3.500.000 contagiados y 50.000 muertos como calculan al cierre del año las autoridades nacionales– se la sigue devorando la corrupción. Y más fácil se encuentra la vacuna contra el coronavirus que contra la deshonestidad. Aquella está llegando a la cima de la curva. Esta sigue tan campante subiendo y subiendo sin posibilidades de llegar a la cresta de la ola
Si a Colombia no se la traga la pandemia se la sigue devorando la corrupción. Y más fácil se encuentra la vacuna contra el coronavirus que contra la deshonestidad.