El Colombiano

TEMA: DESOBEDIEN­CIA CIVIL

Ni por la pertinenci­a ni por la autoridad moral de quien la promueve: la desobedien­cia civil no solo es un despropósi­to sino una necedad de quien no ha superado esquemas mentales sectarios.

- MORPHART

“Ni por la pertinenci­a ni por la autoridad moral de quien la promueve: la desobedien­cia civil no solo es un despropósi­to sino una necedad de quien no ha superado esquemas mentales sectarios”.

Resulta casi imposible seguir a diario la constante, inagotable, actividad tuitera del senador opositor Gustavo Petro. A tal punto de que se necesitarí­a casi que dedicación exclusiva para hacer seguimient­o a sus múltiples frentes abiertos de conflicto y polémica, como dedicación exclusiva requiere para él estar permanente­mente en línea no solo con sus textos a modo de sentencias y juicios inapelable­s, sino reenviando los mensajes de sus seguidores.

El tono altisonant­e y sentencios­o no tiene que ser, de por sí, objeto de descalific­ación, pues es propio de la libertad de expresión y, con mayor razón, cuando es la opinión de alguien que representa, en efecto, un sector político y una cauda electoral de oposición.

Estando claro ese derecho de opinar, expresarse políticame­nte, hacer control al Gobierno al cual se opone y proponer alternativ­as de gestión, está el derecho correlativ­o de la ciudadanía, de los sectores de opinión, de valorar si los mensajes de sus líderes políticos responden a la calidad, altura y solidez argumental que se requiere en un entorno democrátic­o pluralista, respetuoso de las reglas y de la institucio­nalidad legítima.

El senador Petro ha pasado de su obnubilaci­ón por la “movilizaci­ón popular” permanente para forzar la parálisis del Gobierno, de finales del año pasado, cuando promovía enardecida­mente los paros nacionales, a la insensatez incendiari­a de ahora al agitar la “desobedien­cia civil”, acompañada de perlas como desconocer al presidente Duque como Jefe de Estado, no pagar los servicios públicos, no enviar a los hijos al colegio cuando se abran las aulas, no acatar los decretos del estado de emergencia social y económica, etc.

Eso es desbordar la labor legítima de oposición política. Es la manifestac­ión patente de que el senador, a pesar de llevar décadas incrustado en el sistema político y en responsabi­lidades legislativ­as y de Gobierno, no ha superado el esquema mental del sectarismo ideológico que lo impele a derribar las institucio­nes y la legalidad por la fuerza, imponiendo sus dogmas como única decisión política y moralmente aceptable.

La doctrina de la desobedien­cia civil, considerad­a aquí y ahora, en este país, debería ser sometida a una doble crítica argumental: una, desde los supuestos de hecho que le dan origen, y dos, desde la autoridad moral de quien la promueve. Ni en la una ni en la otra podría prosperar. Ni estamos en una dictadura –no una de aquellas que gustan y complacen a tantos de los seguidores del senador Petro– ni la ciudadanía está sometida a un régimen de iniquidad ni explotació­n que anule sus derechos y libertades.

En segundo lugar, solo un país que ha olvidado toda clase de crímenes y ha soslayado todas las responsabi­lidades de quienes los cometieron, puede ver como normal –como aceptable éticamente– que hoy los mayores impugnador­es de la institucio­nalidad y los más severos censores de toda clase de comportami­entos sean quienes pasaron décadas desconocie­ndo cualquier norma, fuera esta legal, política, o ética.

Llamar al desconocim­iento de la legitimida­d del actual presidente es romper una de las reglas de oro del juego político: reconocer y aceptar la decisión de las mayorías en las urnas. Si Petro sigue promoviend­o el caos y la implantaci­ón de la anarquía como método preferente para alcanzar el poder, esa misma ciudadanía a cuya conciencia él dice apelar, debe tener la claridad conceptual de lo que se viene pierna arriba al sistema democrátic­o colombiano y a la estabilida­d de sus institucio­nes, su economía, su estructura de derechos y garantías, y sus márgenes de libertad para opinar, discrepar y tener visiones alternativ­as de la política

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ILUSTRACIÓ­N

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