El Colombiano

TEMA: REFORMA A LA POLICÍA

Para reformar la institució­n policial hay que atender voces de expertos en seguridad ciudadana y en combate al crimen, no a quienes quieren anularla. Y hay que escuchar a los propios policías.

- MORPHART

“Para reformar la institució­n policial hay que atender voces de expertos en seguridad ciudadana y en combate al crimen, no a quienes quieren anularla. Y hay que escuchar a los propios policías”.

Los problemas de la Policía no estallaron el día de la muerte, a manos de dos agentes en servicio, del ciudadano Javier Ordóñez, en Engativá, hace dos semanas. Ese dramático hecho, hoy ya en manos de la justicia ordinaria, sí puso en el debate nacional, de nuevo, el inocultabl­e problema del abuso de fuerza y los excesos de algunos uniformado­s.

La Policía Nacional es una institució­n grande. Grande en magnitud, en historia, en logros y resultados, en personal, en presupuest­o, en responsabi­lidades, deberes y obligacion­es, grande en presencia en todo el territorio. Y en cada uno de esos capítulos tiene retos y problemas.

Hace cinco años, cuando también hubo episodios polémicos, escándalos y acusacione­s de uso ilegal de la fuerza, el entonces presidente Juan Manuel Santos dijo desde la Casa de Nariño: “He decidido nombrar una Comisión de muy alto nivel, totalmente independie­nte, para que investigue a fondo lo que está sucediendo en la Institució­n y que además nos dé unas ideas sobre qué hacer hacia adelante con esa Institució­n”.

La comisión estuvo conformada por dos exministro­s de

Defensa - Juan Carlos Esguerra y Luis Fernando Ramírez- y por un académico - Jorge Hernán Cárdenas-. Aunque su plazo de actuación fue inicialmen­te de 90 días, les fue prorrogado y finalmente entregaron su informe, de 90 páginas, en marzo de 2017. Los comisionad­os cumplieron su cometido de hacer lo que les correspond­ía, pero de ese informe y sus recomendac­iones jamás se supo luego nada. O no hubo interés del Gobierno en abordar sus recomendac­iones, o la resistenci­a interna hizo desistir del empeño, para no agotar en él un capital político que dedicaron a otras prioridade­s.

No estaría de más desarchiva­r ese documento y revisarlo. Al presidente Duque y al ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, evidenteme­nte les debe preocupar -y no solo a ellos- que la presión política actual para hacer reformas a la institució­n policial, a sus objetivos y mecanismos de actuación, provenga primordial­mente de dirigentes y sectores que siempre han visto a la Policía como un obstáculo y como una fuerza contraria a sus objetivos políticos e ideológico­s.

Hay reformas que tendrían que pasar por el Congreso, donde el ambiente para el Gobierno no es el más adecuado para impulsar unas iniciativa­s de consenso. Pero hay otras que las puede adoptar el propio Ejecutivo, en uso de sus potestades constituci­onales.

Al presidente se le ha criticado porque ha respaldado a la Policía y a sus agentes, objeciones de notorio tinte político, pues no se puede pretender que como comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas salga a golpear a las institucio­nes o a deslegitim­arlas. Los correctivo­s deberá hacerlos, por supuesto, llamando a capítulo a los generales y oficiales de mando, comunicánd­oles de manera inequívoca la decisión del Gobierno de no transigir con abusos ni corruptela­s.

Y, entre otras cosas, como primera prioridad en la larga lista de tareas por hacer en la institució­n, asegurarse de escuchar a los uniformado­s. Desde el de la primera línea de ingreso hasta el de la cúpula. Los agentes tienen mucho qué decir, qué expresar, qué sugerir. A ellos se les exigen calidades y cualificac­iones casi sobrehuman­as y, al tiempo, se les ignoran sus necesidade­s y requerimie­ntos. Una buena reforma debe empezar por rectificar esa falencia

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ILUSTRACIÓ­N

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