LA SUPERVIVENCIA DEL EXPERIMENTO DEMOCRÁTICO NORTEAMERICANO
Escuchamos con frecuencia que las elecciones de noviembre son las más relevantes de nuestras vidas. Pero la importancia de las elecciones no es sólo cuál candidato o cuál partido gana. Los votantes también enfrentan la pregunta de si el experimento democrático americano, una de las innovaciones políticas más atrevidas en la historia humana, sobrevivirá.
Los enemigos de nuestra democracia, nacionales y extranjeros, quieren que concedamos por adelantado que nuestros sistemas de votación son defectuosos o fraudulentos; que siniestras conspiraciones han distorsionado la voluntad política del pueblo; que nuestro discurso público ha sido pervertido por los medios de comunicación y las redes sociales plagadas de prejuicios, mentiras y mala voluntad; que las instituciones judiciales, las fuerzas del orden e incluso la seguridad nacional se han tergiversado, utilizado mal y dirigido mal para crear ansiedad y conflicto, no justicia y paz social.
Si esos son los resultados de este tumultuoso año electoral, estamos perdidos, sin importar cuál candidato gana. Ningún americano, y ciertamente ningún líder americano, debería desear tal resultado. Una victoria electoral en estos términos no sería una victoria en absoluto. El juicio de la historia, reflexionando sobre la muerte de la democracia ilustrada, sería duro.
La tarea más urgente que enfrentan los líderes americanos es asegurar que los resultados de las elecciones sean aceptados como legítimos. La legitimidad electoral es el eje esencial de toda nuestra cultura política. Debemos ver el desafío claramente con anticipación y tomar medidas inmediatas para responder.
La parte más importante de una respuesta efectiva es forjar, por fin, un esfuerzo realmente bipartidista para salvar nuestra democracia, rechazando el vil partidismo que ha incapacitado y desestabilizado al gobierno por demasiado tiempo. Si no encontramos terreno común ahora, nunca lo haremos.
Nuestro objetivo clave debe ser la tranquilidad. Debemos asegurar con firmeza y sin ambigüedad a todos los estadounidenses que su voto será contado, que importará, que la voluntad del pueblo expresada a través de sus votos no será cuestionada y será respetada y aceptada. Propongo que el Congreso cree un nuevo mecanismo para ayudar a lograr este propósito. Debería crear una comisión bipartidista y no partidista de alto nivel supremo para supervisar las elecciones. Esta comisión no eludiría los sistemas de información electoral existentes ni aquellos que tabulan, evalúan o certifican los resultados. Pero monitorearía esos mecanismos y confirmaría al público que las leyes y regulaciones que los rigen se han seguido de manera escrupulosa y expedita, o que las violaciones han sido expuestas y resueltas, sin prejuicios políticos y sin tener en cuenta los intereses políticos de ninguna de las partes.
Esta comisión también sería responsable de monitorear a aquellas fuerzas que buscan hacerle daño a nuestro sistema electoral por medio de interferencia, fraude, desinformación u otras distorsiones. Estas serían expuestas al pueblo americano de manera eficaz y referidas a las agencias de cumplimiento de la ley y entidades de seguridad nacional apropiadas.
Dicha comisión debe estar compuesta por líderes nacionales comprometidos personalmente, bajo juramento, a dejar de lado la política partidista incluso en medio de una contienda electoral de tal importancia. Aceptarían como una responsabilidad moral personal poner la integridad y la equidad del proceso electoral por encima de todo lo demás, haciendo de la tranquilidad pública su objetivo.
Los líderes del Congreso deben ver la necesidad como urgente y actuar rápidamente con un propósito común. Buscar una amplia unidad bipartidista, este es el momento y este es el tema que exige un mayor patriotismo. Con lo que debería ser el apoyo unánime del Congreso, la legislación debe apelar a las campañas electorales de ambos partidos para comprometerse de antemano a respetar las conclusiones de la comisión. Debe pedirse a ambos candidatos presidenciales que asuman esos compromisos personales.
Si no hacemos todos los esfuerzos posibles para garantizar la integridad de nuestras elecciones, los ganadores no serán
Donald Trump o Joe Biden, republicanos o demócratas. Los únicos ganadores serán Vladimir
Putin, Xi Jinping y Ali Khamenei.
Nadie que apoye una democracia sana podría querer eso