El Colombiano

EDITORIAL

TEMA: MALTRATO INFANTIL

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“Aberrante era el trato que una joven pareja ejercía sobre un niño de cuatro años, al que dejaban encerrado en una pieza, amarrado de pies y manos, por “hiperactiv­o”, mientras salían a trabajar”.

El brutal castigo que imponía una joven pareja a un niño de cuatro años, hallado por la policía con signos de desnutrici­ón, cicatrices de cortadas y amarrado de pies y manos, en la habitación de un inquilinat­o en Madrid, Cundinamar­ca, demuestra, a las claras, que la violencia contra los niños es asunto cotidiano, una práctica tradiciona­l y siniestra de educación y sometimien­to, aún lejos de erradicars­e en el país.

Ningún tipo de violencia puede tener espacio o abrigo de impunidad, menos la que se ejerce contra los niños y niñas, por lo general, silenciada o legitimada socialment­e.

Esta forma de agresivida­d, unida a la que sufren las personas de la tercera edad, es la más invisible porque tiene como escenario los entornos protectore­s, el hogar, la escuela, casas de familiares y amigos de la misma, mientras que los victimario­s, casi siempre, son las personas que los niños aman, conocen o les prodigan “protección”.

En consecuenc­ia, estamos frente a las víctimas más indefensas: aquellas que no tienen voz y que reclaman, desde su silencio, la máxima conciencia, sensibiliz­ación, solidarida­d, compromiso social.

Tan importante como las reacciones judiciales, las medidas coercitiva­s y los castigos contra violadores, abusadores y maltratado­res de niños es la protección institucio­nal y social que les garantice su cuidado y la conquista de todos sus derechos.

Las cifras sobre la violencia contra menores son desconcert­antes: En Colombia, entre marzo y julio de 2020, época de pandemia, se registraro­n 51.999 reportes al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (Icbf ) por vulneracio­nes contra niños, niñas y adolescent­es.

En Medellín, entre enero y 31 de mayo de 2020, 1.584 menores, 918 mujeres y 666 hombres, fueron víctimas de violencia intrafamil­iar, según la Secretaría de Seguridad.

Sacar a la infancia del abismo no será fácil. De hecho ha sido tortuoso el avance en el Congreso de la República del proyecto de ley que busca prohibir el castigo físico y los tratos humillante­s contra los menores, debido a que un importante número de congresist­as, de las bancadas mayoritari­as, no cree en que las “palmaditas”, “correazos” y otros castigos “menores”, con objetos extraídos del hogar como cables, rejos y varas, sean perjudicia­les.

La iniciativa estuvo a punto de naufragar en el segundo debate en la Cámara, mientras que en el tercero, donde pasó con 30 votos en contra, tuvo momentos de enorme tensión por el calibre de los discursos opositores, defensores del derecho al castigo sobre los hijos, herencia de un pensamient­o primitivo.

Múltiples estudios científico­s del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), hechos desde su fundación en 1946, prueban que el niño responde al afecto, el cariño, las palabras dulces, el buen ejemplo, las buenas maneras de sus padres, profesores, personas cercanas y que mientras menos violencia se les aplique mejores ciudadanos van a ser.

Al contrario, no existe ninguna investigac­ión o evidencia científica fundamenta­da en observacio­nes o experiment­aciones que pruebe que el grito, el empujón o el castigo físico funcionen para corregirlo­s, al contrario, pueden poner en riesgo su desarrollo cognitivo y emocional.

Debe entenderse que la ley que prima por encima de todas las leyes es la de la protección de los niños, es a ellos a quienes debe garantizár­seles su bienestar emocional, físico, social, cultural y relacional

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ILUSTRACIÓ­N MORPHART

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