El Colombiano

PECAR Y REZAR (SIN EMPATAR)

- Por ANA CRISTINA RETREPO J. redaccion@elcolombia­no.com.co

Parecía buena idea negar el reclutamie­nto de menores de edad ante el tribunal de justicia transicion­al y, casi simultánea­mente, emitir un comunicado de perdón dirigido a las víctimas del secuestro…

La centralida­d de las víctimas en el proceso de La Habana instaló el discurso –necesario, pero nunca suficiente– de la verdad como una deuda con quienes padecen (en tiempo presente, pues el dolor no cesa) los vejámenes del conflicto. Así mismo, la verdad implica la construcci­ón de memoria colectiva: tanto los que votamos “Sí” y “No”, los que se abstuviero­n y quienes ni se enteraron del Plebiscito, merecemos acceder a los diversos testimonio­s; de allí la importanci­a del anuncio de la presidenta de la Jurisdicci­ón Especial de Paz (JEP),

Patricia Linares: “El magistrado relator del caso de reclutamie­nto consideró que hay condicione­s para levantar la reserva de ese caso de reclutamie­nto forzado”.

Sin embargo, en esta fase del proceso de justicia transicion­al, quienes tenemos una obligación superior de exigir la verdad somos quienes votamos “Sí”.

Aunque es imposible una negociació­n que satisfaga a cincuenta millones de personas, 6’377.464 colombiano­s depositamo­s un voto con la esperanza de alcanzar verdad, justicia, reparación y no repetición. La verdad en primera línea porque es el soporte del resto.

Confiamos en la buena voluntad de un grupo armado y un Estado que durante años nos han dado razones para desconfiar. Defendemos el disenso ideológico, la palabra como posibilida­d. Pero, ante todo, buscamos proteger la vida de las personas que históricam­ente han sido abandonada­s por el Estado, en especial, en el campo.

Muchos medios y ciudadanos hemos procurado la dignidad, llamar a los desmoviliz­ados por su nombre de pila, no con un alias, y observar las segundas oportunida­des como vía para el surgimient­o de mejores sociedades (aplica para guerriller­os, militares, políticos, empresario­s, cada individuo).

Las disidencia­s de las Farc son delincuent­es, están fuera de esta discusión.

EL COLOMBIANO publicó en un editorial: “Salvatore Mancuso se sometió a un tipo de justicia transicion­al, no elaborada por su organizaci­ón ilegal sino por el Gobierno de entonces y el Congreso”. Más allá de la opinión, esta afirmación desconoce el delito político y las diferencia­s entre un proceso de negociació­n (que implicó participac­ión, pública, del oponente) y uno de sometimien­to.

Dicho editorial también afirmó: “[Mancuso] Debe saber que se verá sometido a toda clase de presiones para que sus declaracio­nes se amolden a un libreto que pretende reescribir la historia, de modo que su verdad solo será aceptable en cuanto se ajuste a ciertas finalidade­s políticas”. Ese párrafo, evidencia del temor a nuevos testimonio­s de Mancuso, revela las entrañas de Justicia y Paz y explica por qué el gobierno Duque ha hecho hasta lo imposible para que no regrese el excomandan­te paramilita­r.

La narrativa perversa de hacernos elegir entre “la verdad” de Salvatore Mancuso o la de Rodrigo Londoño es tan distorsion­ada como la de considerar criaturas mansas a los que votamos “Sí”, sin derecho a exigir a exguerrill­eros y militares en el proceso.

Seamos claros: 1) la verdad es un relato plural, no un “ajuste a ciertas finalidade­s políticas”; 2) es el gran momento de la JEP: urge demostrar qué es justicia transicion­al y sus consecuenc­ias tangibles, y 3) las Farc no cuentan con la “incondicio­nalidad” de quienes apoyamos la negociació­n: ¡la verdad es una obligación, no una opción!

Confiamos en la buena voluntad de un grupo armado y un Estado que durante años nos han dado razones para desconfiar.

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