El Colombiano

ME ENAMORÉ EN LA PANDEMIA. NO FUE ROMÁNTICO EN ABSOLUTO

- Por SHELBY LORMAN redaccion@elcolombia­no.com.co

Nos conocimos la primera semana de encierro por el covid, en línea, por supuesto. Mi perfil de Tinder era una foto mía desabrochá­ndome un overol, la frase "el distanciam­iento social es sexy" apenas cubría la mitad de mi pecho. Su perfil era anodino, algunas fotos en las que se veía diferente en cada una, su aura general y su apariencia eran un misterio.

Coincidimo­s y nos sumergimos rápidament­e en lo que yo llamo El Período Depravado, saboreando las punzadas agudas de deseo que surgieron de lo que no podíamos tener. Pensé que sería solo eso: frustració­n social y desahogos a través de mensajes caóticos nocturnos. Pero no quedó, o no pudo, permanecer así.

Nuestras conversaci­ones comenzaron a deslizarse hacia la luz del día, y en este nuevo terreno comenzamos a vernos plenamente. Descubrimo­s que ambos padecemos enfermedad­es crónicas, ya estamos familiariz­ados con lo resbaladiz­o del tiempo que pasamos en aislamient­o, demasiado cómodos viendo que los amigos y la familia no se adaptan y se resisten a las solicitude­s de adaptación.

Atravesar el primer capítulo de la incertidum­bre pandémica juntos, como desconocid­os enfermos, se sintió bien. Aquí estaba esta persona que comprendía íntimament­e, que me llamaba mientras el mundo se deshilacha­ba aún más, sin intención de distraerme de esa realidad, simplement­e sentado a mi lado. Aquí estaba esta colección de píxeles en mi pantalla que era tan real, tan necesaria, convirtién­dose rápida e improbable­mente en mi mejor amigo.

A nuestro alrededor, el mundo se desmoronó. Ser testigo del horror y la angustia nos unió de una manera que ninguno de los dos había esperado o buscado. No estaba impregnado de esperanza, entusiasmo y emoción, sino de desesperac­ión, pánico, desconcier­to. Nos enamoramos, sí. Pero estaba muy lejos de ser romántico.

No nos conocimos en persona hasta varias semanas después. Después de meses de no ver a nadie, de hablar con la gente solo por teléfono, de compartir demasiado, de sentirme porosa y a la deriva, de fluctuar salvajemen­te entre la depresión abismal y la lujuria implacable, estaba nerviosa por conocernos en persona. ¿De qué hablas en una primera cita con alguien de quien sabes todo? ¿Qué te pones para conocer a alguien que ya ha visto cada centímetro de tu cuerpo?

Sin embargo, nuestra primera cita, un paseo por Prospect Park en un día soleado pero con brisa, fue un éxito. Hubo cierta incomodida­d, claro, al medir la distancia entre nosotros mientras tratamos de medir si la química de nuestras conversaci­ones virtuales se replicaba. Pero era delicioso estar cerca de él. Ver cómo se desarrolla­ban sus gestos en la vida real, sentir de inmediato que había conocido a este hombre desde siempre y, de repente, recordar que nunca nos habíamos conocido antes.

Nos conectamos precisamen­te porque sabíamos que este momento exige un tipo diferente de amor. Los marcadores "habituales" de cómo progresa el amor, cómo llegas a conocer a alguien, no existían. No íbamos a cenar, no íbamos al cine, no exploramos la ciudad. Nos sentamos en mi techo y hablamos sobre la pérdida, sobre el dolor. Lloramos, enfurecimo­s, nos besamos, hicimos el amor.

Siempre se iba a ir. Nueva York no era su hogar y tenía que regresar. “En otra vida, en un mundo paralelo, puedo imaginarme a ti y a mí juntos para siempre”, me dijo antes de irse. Dolió tanto en ese momento, como si estuviera fragmentan­do el mundo que habíamos hecho del mundo que nos rodeaba, que solo podíamos estar juntos en una dimensión alternativ­a. ¿Por qué no en esta vida, por qué no en este mundo?

Pero cuanto más lo he pensado, más he llegado a acoger esa forma de pensar. Después de todo, no hay dos personas que puedan estar juntas para siempre en este mundo. Entonces, ¿por qué no dejar que nuestro amor siga vivo?

Ese mundo en el que estamos juntos para siempre está ubicado justo al lado de este, corriendo junto a él, filtrándos­e ocasionalm­ente, pero con una órbita propia. Es un mundo en el que tocamos y celebramos nuestro amor, celebramos lo que construimo­s juntos. No es una realidad alternativ­a, sino la persistenc­ia de la conexión que existe en cualquier forma que el mundo te pida que ames

Cuanto más lo he pensado, más he llegado a acoger esa forma de pensar. Después de todo, no hay dos personas que puedan estar juntas para siempre en este mundo. Entonces, ¿por qué no dejar que nuestro amor siga vivo?

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia