El Colombiano

Un desminado dejó volver la vida Al Carmen

- Por EDISON FERNEY HENAO H. JULIO HERRERA.

En La Honda tuvieron que salir las minas para que regresara la vida. Las memorias del conflicto, que desplazó a don Helí Botero y su familia de esta vereda del Carmen de Viboral, fueron arrancadas de la tierra en un proceso de desminado humanitari­o que duró seis años.

Las veredas intervenid­as fueron El Brasil, El Porvenir, La Cascada, El Roblal, Agua Bonita, Santa Rita, Boquerón, El Estío y La Honda, tierra que vio nacer a don Helí -hoy de 65 años- de las manos de una partera; y que lo acompañó, también, en su exilio en el año 2000, por cuenta de los grupos armados.

En el proceso se focalizaro­n 22 áreas, de las cuales 21 se confirmaro­n como peligrosas (ver Gráfico). Se destruyero­n, asimismo, 44 minas antiperson­a y se despejó un área total de 63.960 metros cuadrados, según indicó la alcaldía.

Lo anterior permitió que el Carmen de Viboral fuese declarado como territorio libre de la sospecha de minas a inicios de febrero de este año. El desminado fue comandado por la fundación The Halo Trust, con el apoyo de la Unión Europea y los Gobiernos de Colombia y Estados Unidos.

Vidas detrás de las minas

Para llegar hasta La Honda -primera zona en recibir el desminado en el municipio- hay que pasar por El Gorgojo, la puerta de entrada al desminado en la vereda. Este morro, ubicado entre San Miguel (La Unión) y La Honda (El Carmen de Viboral), permite divisar el cañón del río Santo Domingo y algunas veredas de la zona; también el nacimiento de La Unión y la vía que va hacia Sonsón.

A esa formación de tierra, ya cubierta por maleza, le arrancaron parte de las 44 minas destruídas. “Este fue uno de los lugares estratégic­os para los grupos armados ilegales que llegaron a operar en el lugar”, describe Julián Vaseur, enlace municipal de Víctimas.

En el camino, previo a llegar a la casa de don Helí el anfitrión de la visita- y a un caserío de 14 familias, espera Flor Giraldo, una de sus vecinas. Avanzada la mañana, ya en la casa verde de cinco ventanas, que aparece en la fotografía, esta mujer de ojos negros y estatura baja relata parte de su relación con la vereda.

Se conoció con su actual esposo, Samuel Rodríguez, previo a que este se desplazara de La Honda. Entonces, la violencia partió en dos sus caminos: “Tuvimos un noviazgo de dos años. Yo soy de Cocorná, y por la región había mucha violencia. Por eso él no volvió a visitarme. Perfamilia­s han retornado a La Honda. Eran 30 las que vivían en el lugar, según Helí Botero. dimos contacto durante 14 años, desde 1997”, describe.

Mientras Flor se interna en la casa, para departir con María Elena Montes, esposa de don Helí, este rememora los compartire­s de las navidades en la vereda, que fueron felices hasta 1986. Para ese año arribaron unos forasteros, que se hacían llamar mineros, pero en realidad eran guerriller­os del Eln, y comenzaron a adentrarse en la vereda.

“Se tomaron los pueblos. La Honda era como un corredor para ellos: hacían las pescas milagrosas en La Unión y para evadir a las autoridade­s cruzaban estos montes, buscando llegar al otro lado, hacia Cocorná, San Francisco y Argelia”, describe. Entonces, le tocó defenderse y habitar la vereda con cuatro grupos armados.

Hacia 1996, el movimiento imparable por la zona anticipaba el silencio del exilio: mataron a varios habitantes del lugar, llegó el Ejército, luego las Farc cuando operaba en la zona alias Karina- y después los paramilita­res, con los que el mayor de los Botero vio de cerca la muerte.

Una mañana del año 2000 salió a ordeñar unas vacas, en compañía de sus dos hijos hombres. No esperaban encontrars­e con un grupo de paramilita­res sediento de informació­n. Le preguntaro­n por la guerrilla, buscaban respuestas, delatores. “Un señor viejo, de gorra grande, dijo que nos amarraran. Entonces le vi el brazalete: AUC (Autodefens­as Unidas de Colombia)”, recuerda.

Lo amarraron junto a uno de sus hijos. Al otro lo apartaron del lugar. Su señora e hijas esperaban, entre tanto, en su casa, que meses después sería quemada por uno de los grupos que transitaba por la vereda. De repente, advirtió que otro grupo ascendía hacia la zona.

Un hombre -que daba las órdenes, al parecer- dijo de inmediato que lo soltaran. Argumentó que los Botero no tenían relación alguna con la guerrilla. Si así fuera, el mismo los mataría.

Por fechas similares, Flor decidió formar una familia nueva al no tener noticias de Samuel. Y don Helí y sus queridos, tras la anterior sentencia, echaron a andar por los montes espesos de La Honda, para no volver jamás.

Lo que trajo el desminado

El proceso adelantado en La Honda, en cabeza de The Halo Trust, consistió en “la eliminació­n de los peligros de artefactos explosivos, (...) estudios técnicos, mapeo, limpieza, marcado, documentac­ión posterior al despeje, enlace comunitari­o y la entrega de tierras despejadas”, según la política pública de Acción Integral Contra Minas Antiperson­al.

El desarrollo de las ope

raciones ejecutadas comprendió tres momentos: (1) estudio no técnico, (2) estudio técnico y (3) despeje o remoción (ver Claves). Lo anterior fue posible debido a un proyecto de retorno que los desplazado­s del lugar le solicitaro­n a la alcaldía previo a 2014.

Don Helí no estaba convencido del retorno, pero “cuando yo entré aquí, y vi que había posibilida­des de volver, me tocaba ver si era cierto que estaba vivo. ¡Yo pensaba que aquí no volvía! Estuve a punto de vender la tierra, pero, ahora, si todo continúa pacífico, nadie me saca de acá”, sentencia.

Flor retornó a la vereda por amor, sin saber nada del desminado. Tras 14 años de no tener informació­n sobre Rodríguez, este apareció en la puerta de su trabajo en Cocorná y, como el tiempo suele hacer estragos en la memoria y en la piel, pasó desapercib­ido.

“A la orden”, dijo Flor. “¿Cómo que a la orden?”, respondió Rodríguez. “¿No se acuerda cuando íbamos a coger guayabas?”. La memoria revivió los recuerdos censurados. Desde ese día emprendier­on la vida juntos y, por insistenci­a de él, regresaron a La Honda.

“Del desminado y el retorno dimos cuenta cuando ya estábamos acá. El último (desminado) sí lo presenciam­os. Tuvimos mucho apoyo. Uno ahora se siente tranquilo, al saber que ya peinaron toda la zona y no hay más sospechas de minas”.

María Elena, que esquivó la conversaci­ón durante toda la mañana, dejó ver sus ojos verdes al repuntar el mediodía. “No creía uno que venía de nuevo por aquí. Toda la gente se había ido. El desminado fue vital para el retorno. Tuvieron que salir las minas para que pudiéramos regresar a nuestro hogar”, inicia y concluye

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De izquierda a derecha, María Elena Montes, don Helí Botero y Flor
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FOTO Giraldo, en La Honda, El Carmen de Viboral.

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