El Colombiano

Tiránido Pico plano, un hallazgo en primera expedición femenina.

Investigad­oras colombiana­s se internaron en un bosque en Fresno, Tolima, y honraron los pasos de Elizabeth Kerr, quien documentó especies de aves en el país a comienzos del siglo XX.

- Por VALERIA MURCIA VALDÉS

Kerr parecía ser un apellido más entre el de otros recolector­es de aves que, durante la primera década del siglo XX documentar­on la diversidad de especies que habitaban en el Amazonas, el Pacífico y la región de los Andes. Fueron ocho expedicion­es lideradas por el investigad­or estadounid­ense Frank M.

Chapman, que se desarrolla­ron bajo el amparo del Museo Americano de Historia Natural de Estados Unidos (AMNH, por sus siglas en inglés), y en las que se tuvo registro de más de 1.200 especies registrada­s en los viajes que se dieron entre 1911 y 1915.

Investigad­oras del Instituto Humboldt encargadas de documentar esas expedicion­es, asumía que Kerr era el apellido de otro investigad­or más, de quien no habían escuchado antes. Se percataron de que no era así: Elizabeth Kerr fue una recolector­a de origen estadounid­ense que recorrió algunas zonas del valle del Magdalena y el Chocó documentan­do las aves.

La especialis­ta figura en un libro extenso que data de 1917 y que escribió Chapman, líder de la colección de aves del AMNH, acerca de sus expedicion­es y hallazgos sobre la diversidad de aves que había en Colombia y los patrones en la distribuci­ón de esas especies. Buscaban saber cuáles eran las que habitaban en las cordillera­s, en lo más alto, cuáles habitaban en los valles.

“Este trabajo fue muy importante porque sentó varias bases del conocimien­to de las aves en Colombia”, apunta Juliana Soto, bióloga e investigad­ora del Instituto Humboldt y del Instituto de Ciencias Naturales de la Universida­d Nacional.

Actualment­e, Soto coordina las Expedicion­es BIO Alas, cantos y colores, un programa liderado por el Instituto Humboldt y el Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de La Universida­d Nacional, que ha querido regresar a lugares que otros investigad­ores visitaron hace un poco más de 100 años, precisamen­te para ver cómo han cambiado las comunidade­s de aves en estas localidade­s a lo largo de un siglo.

Las zonas escogidas, de acuerdo a lo documentad­o por Chapman y sus compañeros fueron Fusagasugá (Cundinamar­ca), Honda (Tolima), San Agustín (Huila), Morelia (Caquetá) y Barbacoas (Nariño). Además, su idea es hacerle un reconocimi­ento a los investigad­ores que les precediero­n.

La idea de repetir esas expedicion­es es “lograr comparar y entender qué ha pasado en 100 años y una de las grandes ideas de este proyecto es generar un sistema de monitoreo en el tiempo”, añade la investigad­ora

Camila Gómez, quien hace parte del equipo coordinado­r del proyecto. La utilidad de ese sistema será que “permanente­mente podremos tener datos sobre qué está pasando con la fauna y, en este caso, con las aves de Colombia”.

Es importante, añade, para tener indicadore­s de cuándo las poblacione­s suben o bajan en ciertas especies, por ejemplo, y para entender qué pasa con el funcionami­ento de los ecosistema­s. En últimas, servirá para hacer comparacio­nes valiosas en el tiempo.

Honrarla

Como parte de la preparació­n, hay un amplio proceso de documentac­ión. Al toparse con Kerr “nos empezó a generar mucha intriga que se tratara de una mujer. En toda esta historia de recolector­es, de esta primera fase de la ornitologí­a, siempre se nombran puros hombres”, continúa Soto.

Siguieron investigan­do acerca de su vida. “Nos dimos cuenta de que además de hacer parte de esta colección en el Tolima, de las más importante­s a nivel departamen­tal en cantidad de especímene­s, ella había sido enviada también por el Museo Americano para cubrir una zona del Pacífico”, relata la investigad­ora. Esa mujer norteameri­cana se había adentrado en las selvas intactas del Chocó en pleno comienzo del siglo XX.

El equipo decidió rendirle honor y concluyó que la mejor manera sería con una expedición conformada solo por mujeres en las que ellas recorriera­n las áreas en donde Kerr trabajó en el Tolima. En diciembre del año pasado lo hicieron.

Entre aves

En total fueron 11 investigad­ores los que hicieron parte del equipo de trabajo: siete mujeres y cinco hombres. En la primera fase de la expedición participar­on los 11 investigad­ores y tuvo lugar en Honda (Tolima). Luego, el equipo se dividió en dos, cubriendo las localidade­s de Fresno (Tolima) y Guaduas (Cundinamar­ca).

El equipo conformado solamente por mujeres fue liderado por la ecóloga del Instituto Humboldt Natalia Ocampo, quien tenía siete meses de embarazo en ese entonces, se sumaron las estudiante­s de la Universida­d del Tolima, Daniela Garzón y Estefanía Guzmán, al igual que Jessica Díaz, ornitóloga junior del proyecto y Juliana Soto, coordinado­ra en campo de las Expedicion­es BIO Alas, cantos y colores.

Ellas trabajaron en Fresno. Madrugaban a recorrer el bosque antes de que amaneciera y se ponían a trabajar con redes de niebla que son

“Nos empezó a generar mucha intriga que se tratara de una mujer. En toda esta historia de recolector­es de esta primera fase de la ornitologí­a siempre se nombran puros hombres”.

JULIANA SOTO Bióloga e investigad­ora del Instituto Humboldt

muy delgadas, “se pierden en la vegetación y las aves no las ven. Cuando vuelan cerca quedan atrapadas”, apunta Gómez. “Para utilizar estos equipos se necesita un entrenamie­nto muy especializ­ado que garantiza la seguridad de las aves. Los investigad­ores toman muchas precaucion­es cuando utilizan las redes, desde monitoreo constante del clima, el tiempo de revisión y la condición de cada individuo que es capturado”.

Se turnaban para extraer las aves de las redes y procesarla­s en una estación tomando diferentes muestras y datos de cada una. Registraro­n 89 especies durante esta fase de cuatro días. Aunque las otras dos investigad­oras, Nelsy Niño

y Natalia Pérez no asistieron a la expedición femenina, para equilibrar el balance de personas en las dos localidade­s, el equipo señala que ellas han sido indispensa­bles en el proceso de investigac­ión sobre Kerr y en el trabajo con comunidade­s locales del proyecto.

Los datos recolectad­os están siendo analizados todavía. Por ahora, han visto que hay “especies que necesitan grandes extensione­s de bosque que ya no están en zonas transforma­das”, dice Gómez. Hay otros cambios, como que un tercio de la avifauna es diferente a lo que encontró Chapman en su momento.

Soto indica que “cada especie, cada individuo y registro es importante, porque es como una foto de las especies en el tiempo en estos lugares”. Otra parte fundamenta­l de su trabajo es observar “cómo han cambiado las coberturas vegetales”, cuenta Soto. Desde fotos históricas que han podido recopilar, en las que se ven cambios por deforestac­ión y usos del suelo, han podido darse cuenta de cómo cambia el paisaje.

“Si uno ve un mapa de 1920, aproximada­mente (lo más cercano a la fecha de las expedicion­es de Chapman) y uno actual de las coberturas de bosques nativos, mucho de esto ha desapareci­do o se ha transforma­do en otros tipos de coberturas vegetales, como potreros o cultivos”, destaca Soto, y esa es otra forma de interpreta­r cómo los cambios en las aves se asocian al cambio en el paisaje.

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Los hallazgos de cada expedición se socializan con las comunidade­s locales que habitan en los territorio­s donde se investiga. Para los investigad­ores es importante devolver ese conocimien­to en términos que sean entendible­s para las comunidade­s, y así generar un diálogo.

Antes de la expedición realizan salidas de reconocimi­ento del territorio y de contacto con diversos actores locales e institucio­nales, con el fin de informar sobre el proyecto, su importanci­a, sus alcances y las formas de participac­ión.

“Estos cambios que vemos tanto en las aves, los paisajes y las coberturas, los estamos viendo desde los relatos de la gente”, añade Nelsy Niño, bióloga e investigad­ora del Instituto Humboldt, quien se desempeña como coordinado­ra social del proyecto.

“A veces no podemos observar especies particular­es y la gente se está dando cuenta de estos cambios y es importante porque son ellos quienes ven y quienes escuchan a las aves todo el tiempo”.

Luego de las expedicion­es se organizan talleres para socializar lo que se vivió y se encontró en la zona. En Fresno se dieron cuenta de que algunas de las fincas del sector quieren apostarle al aviturismo y se han esforzado por conocer más acerca de la fauna para protegerla. Por otro lado, es clave para los institutos y sus investigad­ores involucrar a la comunidad científica regional.

Les parece fundamenta­l compartir el legado de mujeres como Kerr y seguir inspirando a jóvenes que quieran inclinarse por este camino en el estudio de las aves.

“Haber encontrado a esta mujer fue completame­nte revelador para nosotras en un campo completame­nte dominado por hombres en esa época. Nos pareció importante hacer la expedición femenina en honor a ella, a todo lo que le tocaría hacer y lo que tuvo que pasar ella sola tratando de coordinar esas expedicion­es”, dice Gómez.

Niño añade que aunque hubo una expedición femenina antes en Brasil, esta es la primera en Colombia. “Es mostrar, en varios frentes, la importanci­a histórica que han tenido las mujeres a las que no se les ha dado visibilida­d”. Añade que esta es una manera en la que “se le puede mostrar a las niñas que ser bióloga es una opción, vivir del amor a las aves es una opción. No es fácil, tiene una cantidad de bemoles desde la financiaci­ón, pero es posible. Sentarlo como posibilida­d es de lo más importante que tiene esto”.

Este año, el equipo ya está trabajando en las próximas expedicion­es (ver Radiografí­a) y aseguran que la de Fresno no será la última en las que se embarquen un equipo de investigad­oras colombiana­s

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De izquierda a derecha: Jessica Díaz, Juliana Soto, Natalia Ocampo, Estefanía Guzmán y Daniela Garzón. FOTO CORTESÍA EQUIPO BLAIO ALAS, CANTOS Y COLORES

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